NUBES SOBRE BERLÍN*
Recorrer Berlín era una de las cosas que tenía pendiente desde mis años de estudiante universitaria. O quizá desde tiempo atrás, cuando
era una niña de 11 años y en una maleta olvidada que alguien se dejó en un
hotel que tenía mi padre en Santa Leticia (Cauca)- Moscopán (Huila), encontré
unas revistas de la entonces República Democrática Alemana (RDA). En ellas
había imágenes de una ciudad monumental y limpia, con calles amplias y jardines
florecidos. Me impresionaron esas fotografías en donde todo parecía estar
signado por una belleza y un orden desconocido.
Conservé algunas de esas revistas en las numerosas mudanzas
familiares y me aficioné a las lecciones
de alemán que había en sus páginas finales.
Algunos años después me enteré de lo que estaba detrás de esa
ciudad en apariencia armónica e
igualitaria, modelo social para los desfavorecidos del orbe. Supe del Muro. Esa muralla de la ignominia que fracturó
sin contemplación la vida de una
ciudad y de un país. Una infamia levantada ante los ojos complacientes del
mundo que, casi de un día para otro, separó barrios, familias, modos de vida, caminos. Durante 28 años el Muro de Berlín construido
en 1961 -“Barrera de protección antifascista” para el bloque oriental, “Pared
de la vergüenza” para occidente- se convirtió en un símbolo de la sinrazón, causa de muchas muertes, exilios y
desencuentros. 240 personas murieron y
75.000 fueron encarceladas por intentar cruzar la inmensa barrera durante esas
casi tres décadas de existencia.
Pues bien. Por fin he podido recorrer esa magnífica ciudad.
Descubrir su cielo encapotado sin ángeles, sus calles anegadas de lluvia, sus
lugares plenos de memoria, sus monumentos vestidos de Historia. Y sí: he
apreciado lo que queda del Muro: un trozo de la historia negra de finales del
siglo XX, ahora vestido de colores y figuras pintadas por artistas de más de 20
países. Un fragmento expuesto a los ojos
de propios y extraños como testimonio de una época atroz que de ninguna manera
se puede repetir. Testimonio vivo de todos los muros y las barreras que aún
existen y se levantan en otros contextos y que también deben derrumbarse sin
contemplaciones.
Y no pude evitar emocionarme y sentir, al tiempo, una tristeza profunda al pensar en todo el dolor
que la construcción de esa muralla produjo en tanta gente. Estar allí, palparla, observar su grosor,
situarme justo en ese lugar en el que se puede observar a un lado y al otro, me
hizo comprender la magnitud de la estupidez humana llevada a cabo en nombre de
cualquier cosa, en este caso, en un contexto de tensión ideológica entre dos
formas políticas, dos maneras de comprender la realidad. ¿Cómo fue posible tanta ignominia?
*Columna de esta semana en El Líder
Comentarios