Delirio
A mis amigas de palabras y a todas aquellas personas que las buscan Ese día, después de pensar inútilmente durante tanto tiempo en el libro que nunca escribiría, se sentó, por fin, frente al ordenador y con rapidez vertiginosa comenzó a teclear como una condenada. Había pasado demasiados días revolcándose en su dolor postizo y en su hiperbólica falta de voluntad. En la envidia inmensa que le producía leer en los periódicos y diarios digitales los logros de aquellas personas que un día fueron sus amigas y que ahora ganaban premios a diestra y siniestra. Le carcomía la frustración de sentirse en la más absoluta inmovilidad pese a que diez años atrás era considerada una promesa de las letras. Entonces era bella y altiva y no había ningún congreso literario o científico que se le resistiese ni ninguna reunión de escritores y bohemios a la que no acudiera para asombrar con sus versos y con su mirada. Ella lo sabía y sin ninguna muestra de vergüenza se adentraba en las conversaciones de los