Esas pequeñas patrias

ESAS PEQUEÑAS  PATRIAS*


   El apátrida aguarda
el íntimo suicidio 
de un deseo.
Efi Cubero, “Bajo la turbiedad”

Por: Martha Cecilia Cedeño Pérez

Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche,  dice José Martí en uno de sus poemas más emblemáticos. Se da por descontado que la noción de patria a la que alude el poeta va más allá de la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, según la Real Academia Española (RAE). Se refiere, sin duda, al espacio de los afectos más profundos; a esa geografía sentimental cuyas aristas perfilan  elementos esenciales de la condición humana. Y ello significa por un lado que  no está  ligada a un marco físico de límites bien definidos y por el otro, que tenemos la opción de elegir ese territorio de los apegos y, por tanto, que las fronteras –todas las fronteras- son absurdas.  Los únicos límites deben ser aquellos que decida el sentimiento. Va de viaje con el viento/decretando la abolición de las fronteras/ dice el poeta Juan Manuel Roca.
Por eso, quienes hemos tenido la opción de vivir en lugares distintos y lejanos los unos de los otros, experimentamos, a veces, esa enorme fractura de no poder fusionarlos en uno solo. Sufrimos la inmensa desazón de la nostalgia, del deseo y la añoranza.  De querer estar siempre en ese espacio otro allende los mares, las montañas, los desiertos. De extrañar lo dejado atrás, temporal o definitivamente. Dejé palomas tristes junto a un río/ caballos sobre el sol de las arenas/ dejé de oler la mar, dejé de verte,  nos dice Alberti.  Y por ello también exclamamos con Maruja Vieira Esta noche de lluvia mis palabras te buscan/ por la casa desierta, donde faltan mis pasos.  Y recordamos con Ángel González que  Siempre, después de un viaje/ una mirada terca se aferra a lo que busca,/ y es un hueco sombrío, una luz pavorosa/tan sólo lo que tocan los ojos del que vuelve.
Y nos anudamos a esas pequeñas patrias sin remedio. En el caso de quien esto escribe ellas están ligadas irremediablemente a los contornos, a las visiones y aromas de  Colombia y España. Ambas forman un todo complejo y profundo que hace olvidar la idea de nación como un territorio rígido al cual se debe pertenecer porque sí. Están ligadas sin duda a la poesía de sus  orillas, a la luz iridiscente del trópico y el Mediterráneo, a las fragancias de los gualandayes y los cerezos, a los sabores del asado huilense y el lechazo castellano, al jugo de guanábana y la horchata, a la “berraquera” colombiana y el seny catalán,  al bambuco y el flamenco; a Neiva y Barcelona… A los amaneceres de púrpura y oro de las dos y a los hondos afectos arraigados en ambos costados del mundo.
Son esas patrias cálidas y cercanas las que conforman nuestra esencia de manera irremediable. En ellas se condensa el mundo con sus pliegues, sus intersticios, sus sombras, sus vértices y vórtices. Ellas nos habitan y nos permiten transitar y explayarnos por las esquinas de la vida, pese a saber –o quizá por ello-, que Así, incombustible/gira el planeta en su órbita infernal/ y fugazmente intuimos en su elipse/la inefable verdad del universo, tal como lo enuncia el poeta hispano colombiano Antonio María Flórez.  


                                                                 Bogotá, noviembre 13 de 2014

*Artículo publicado en la revista Ventana Abierta, Asociación de Amigos de la  Cultura Extremeña, Don Benito, diciembre de 2014 

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