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Mostrando entradas de marzo, 2007

Celebración tardía

El otro día estaba escribiendo una entrada para celebrar a mi modo el día de la poesía cuando de repente una tormenta empezó a entrar por la ventana. Flashes gigantes iluminaban el cielo que instantes después rugía con fuerza y rabia. Las palabras iban y venían en un intento desesperado por terminar mi escrito antes de que las espuelas de la tormenta se clavaron en mi nuevo ordenador. Y nada. No pude escribir porque un estruendo certero se llevó la luz y tuve que desistir de mi empeño. Pasaron los días y entre texto y texto no me había sentado a terminar lo que empecé esa noche. No obstante tengo algo claro: la poesía es aquella que habita esos resquicios que resisten a la miseria cotidiana, a la perversidad humana, a la sinrazón. O más bien, es la que nos permite resistir y creer pese a todo. Y en esa noche brava de tormenta también existía la poesía. ¡Nunca un cielo encapotado fue tan bello y tan terrible al mismo tiempo! La poesía también es emergencia y coincidencia. Como la que ac

Presintiendo a Lisboa

Aquellas eran noches de impotencias que desaparecían al filo de las horas -Pessoa siempre nos miraba, en silencio, desde el muro-. Era fácil ser feliz entonces y recorrer las calles de vino con sus sombras mágicas y sus discursos y sus movimientos. No era la Lisboa presentida con sus aromas añejos Era otra ciudad anudada a un río silencioso y ligero con nombre de mujer: Magdalena Era una promesa oxidada en los bancos del parque abiertos al soplo de la tarde donde a hurtadillas inventábamos el amor. Aquellas eran noches de canícula y deseo ¡Cómo quisimos entonces que fuera Lisboa con su cintura de mar!