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Mostrando entradas de noviembre, 2009

Miguel Ángel cumple 92 años

Anoche soñé con el abuelo. Íbamos por un sendero rodeado de plantas pequeñas y de árboles plenos de frutos de distintos tamaños y colores. Yo quería tomar uno pero él me dijo que era mejor no hacerlo porque desconocía sus nombres y podían ser venenosos. Seguimos caminando y de repente se detuvo cerca de un árbol cuyas ramas casi tocaban el suelo. Estaban llenas de pequeñas circunferencias de color amarillo intenso. Estos si son buenos, son caimos. Me dijo mientras tomaba uno y me lo ofrecía. Un rato después lo perdí de vista, entonces descubrí que se había quedado atrás. Volví sobre mis pasos y lo encontré sentado en una piedra enorme masticando hojas de naranjo. Tenía la boca verde. ¿Porqué comes esas hojas, abuelos? Me miró con una sonrisa triste sin atinar a decir nada. Entonces me detuve en su rostro: lo tenía liso, sin un asomo de arrugas o depresiones. Aprecié su mata de pelo de un negro esplendoroso. El abuelo era un viejo joven, mirándome con sus ojos llenos de sabiduría. El ab

El poeta del consultorio

Mientras esperaba que la médica me visitase escuché su voz recia y profunda. Giré la cabeza para ver de quién provenía y me encontré con un hombre de apariencia contundente que tenía un bastón en su mano izquierda. Estaba sentado junto a una mujer mayor a quien le recitaba uno de sus poemas cuyo título, dice, es “A una niña”. El hombre repasaba sus versos con energía pese al temblor de sus manos y la pesadez de los ojos. Quienes estábamos allí le escuchábamos en silencio y con sorpresa. De su boca no sólo salieron rimas y ritmos apasionados sino fragmentos de su vida. Supimos que llegó a Barcelona en 1963 dejando atrás miserias, humillaciones y hambre. “He pasado más hambre que un lagarto en un pinar, he trabajado los campos andaluces de sol a sol”. También que tiene 71 años y que hace poco le hicieron un homenaje en el Teatro García Lorca de Granada al que no pudo asistir porque “la parienta se puso mala”. Dice una y otra vez que ya va por la novena edición de su obra y que tiene libr

Mi viejo, la selva y yo

Hoy es el aniversario de mi padre y para celebrarlo, he recordado mi primera travesía por la selva cuando apenas tenía cuatro o cinco años. Era la década de los 70… y mi padre, junto con un pequeño grupo de jóvenes desheradados, se acogió a los planes creados por el gobierno a través del entonces Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (INCORA) para formar una empresa comunitaria. Para ello se adentró en un territorio cercano a las riveras del río Caquetá, más allá del caserío de Curillo, un lugar del piedemonte amazónico al que entonces no llegaba ni Dios. Eran 11 familias formadas por hombres, mujeres y niños pequeños que después de 4 días de travesía por ríos y trochas intransitables de barro, llegaron a un claro en medio de la selva abierto previamente por los hombres. Allí habían construido 11 casas exactamente iguales: se alzaban sobre pilares de madera para evadir bichos peligrosos; tenían un salón principal, dos habitaciones y una cocina, sin paredes, casi a la intemperie.

Sobre la palabra y un poema de José Eustasio Rivera

Después de unos días un tanto oscuros vuelvo a la luz de la palabra, no de la mía, sino la de otros. Para ello he navegado por las páginas de libros fundamentales. Así, entre las lecturas del magnífico texto de Marco Tulio Aguilera Garramuño , El imperio de las mujeres , (que muy amablemente me envío por email), la biografía García Márquez una vida de Gerald Martin y la lectura de poetas como José Eustasio Rivera , Tierra de Promisión ; Julián Polanía, Ricardo Castaño, Luis Ernesto Luna y Orinzon Perdomo, no sólo he resistido al naufragio cotidiano si no que me he llenado de motivos para volver a creer en la armonía de las cosas elementales. La palabra obra como una medicina milagrosa que cura el ánima a veces atormentada, a veces exaltada, a veces quejumbrosa. Aunque suele ocurrir que también la desquicia y la lleva por senderos inimaginables. Algunas oportunidades es un ser bondadoso, amable que, como un bálsamo, mengua los dolores existenciales y otras, es un ser de una crueldad y

Diez años en la periferia

Lunes 7 de noviembre de 1999 . Hace un sol radiante y a través de la ventanilla del taxi las calles se ven completamente limpias y transparentes. Son comarcas alineadas con una precisión absoluta. Algunos árboles ya casi desnudos se convierten en la prueba irrefutable de que el otoño ya está en su ecuador. Todo parece perfectamente orquestado por un mago espléndido que se ha esmerado en mostrarnos su mejor representación. El marco perfecto para una llegada desde el lejano trópico. En efecto, ahora mismo estoy en la espléndida Barcelona. Una ciudad en la que las murallas sólo las construye quien la mira. Urbe añorada y presentida en los textos acalorados de vino y versos, en las canciones de Serrat y en las palabras de algún encantador infame. Todo parece perfecto y lleno de inciertas promesas en las que aún no hay lugar para la pérdida ni la nostalgia. Sábado 7 de noviembre de 2009 . Han transcurrido diez años. Una década a la que a veces atribuyo el papel de un embaucador venido a men

Tres poemas

Soledades La casa es otra. La habitan ausencias y naufragios y en sus aleros hay nubes y peces y dos viejos que sonríen heridos de tiempo. Silencio Al otro lado de la palabra no hay un ojo que te nombre ni una lengua que escriba en tu cuerpo huérfano. No enciendes la memoria de los Otros, eres la sombra del olvido. Invisibles Esta ciudad de olores y memorias no perfila nuestros trazos. Nos habla con los ojos cerrados. ... Martha Cecilia Cedeño Pérez, Versos en Claroscuro , Barcelona 2009, inédito.