MAMÁ ROSITA – Parte I Rosa, Rosita, Rosa Tenía los ojos verdes. Dos farolillos encendidos que hablaban en un roce de párpados. Eran juguetones y dulces. Brillaban con la sabiduría de una vida hecha desde las márgenes. Y así fue, en efecto, desde su nacimiento -en un lluvioso octubre- ocurrido en los albores del siglo XX, en una tierra estéril y triste. Su madre Sara supo que estaba de parto cuando un torrencial se deslizó por sus piernas e inundó la casa. Entonces como pudo avisó a la partera de esos contornos para que le ayudase en la tarea fundamental y siempre sorprendente de traer un nuevo ser a un mundo para nada claro, sobre todo para Rosa cuyo camino estaría signado por ser una hija “natural”, una “bastarda”. La hija no reconocida de un terrateniente casado y con una prole magnífica que seguramente heredaría su fortuna. Rosa. Rosita. Rosa. Sería siempre la hija de una mujer casquivana que no tuvo ningún remilgo en acostarse con su “patrón” a sabiendas d
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