En tránsito (II)

A las 6:00 de la tarde del sábado 29 de julio el autobus nos recogió en el hotel para llevarnos al aeropuerto. Todos los compañeros y compañeras de penurias se veían ansiosos y, pese a las circunstancias, animados. Algunos pensaban que Air Madrid nos jugaría sucio y que otra vez nos dejaría abandonados a nuestra suerte en Barajas.

Después de 3 horas de cola por fin pudimos facturar, cosa que en verdad se agradeció porque ya estábamos hasta el moño con las maletas para un lado y otro; sin contar con el mal de estómago y el hambre que ya empezaba a hacer estragos...

A las 10:20 el pasaje estaba dentro del avión pero, para variar, el comandante informó que nopodía despegar hasta que no tuviese los permisos correspondientes. "Vaya mierda", dijo un pasajero gordo y agradable que en la escala que se hizo en Cartagena de Indias tuvo que ser atendido por un médico. "Puede usted viajar tranquilo", indicó el profesional una vez lo hubo examinado.
Al mal tiempo buena cara

A las 12:00 de la noche aterrizamos en Barcelona con la incertidumbre en la piel por las informaciones contradictorias que se tenían con respecto a la huelga de los trabajadores de Iberia. No sabíamos si podríamos salir de allí con las maletas y sobre todo, en perfecto estado de salud física y mental. Y estos augurios se confirmaron cuando llegamos a la sala de entrega de equipaje, repleta de cuerpos de todos los colores y volúmenes. El panorama tenía mala pinta: hombres y mujeres acostados en las cintas o durmiendo sobre cartones, niño dormidos en los asientos, jóvenes acostados en el suelo. "Esto no parece un aeropuerto del primer mundo; es que ni siquiera este espectáculo se vería en Colombia", dice un hombre de mediana edad muy simpático (más tarde supimos que era uno de los 10 curas colombianos que fueron importados para las parroquias abandonadas sobre todo las del pirineo -aquí las devociones escasean.

Y en verdad era un espectáculo deprimente sobre todo cuando nos indicaron que el grupo de jóvenes rubísimos -daneses- que teníamos al frente, esperaban que les estregaran su equipaje desde hacía dos días. Vaya esperanza. Dentro de todo causaba un poco de extrañeza la pasividad y tranquilidad de los cientos de personas que allí se encontraban: parecían resignados a la espera.

Y, para no perder la costumbre, el pasaje colombiano y catalán volvimos nuevamente a hacer una protesta, tal como en Madrid. "Queremos las maletas". Empezamos a gritar acompañados de las palmas y de golpes que hacíamos con botellas de agua vacías o con los zapatos sobre las bandas de desplazamiento de los equipajes. Queríamos incendiar a la gente, despertar a los gélidos nórdicos y rusos... Mientras tanto, yo daba reiterativos paseos con mi hija Luna, acomodada en el carrito de las maletas, sobre unos cartones. De vez en cuando me acercaba al grupo y gritaba con ellos. Al cabo de unos minutos otro grupo que esperaba las maletas empezó a gritas y azotar con fuerza las cintas de equipajes. Llegan la polícia y alguna gente furiosa pide a los uniformados que hagan algo, que no es posible que pase esto justamente aquí... "Esto es una putada". El agente informa que ya se está buscando una solución. La chica de la trompeta vuelve con las suyas y la gente ríe, hace fotos y graba. "Esto es surrealista".

A las 3:00 de la madrugada hay más gente dormida sobre cartones. "Aquí todos somos iguales: no hay ni primer mundo ni tercero ni nada...", dice un hombre mayor. También hay botellas de agua vacías por doquier pero sobre todo personas ojerosas, cansadas y molestas. A estas alturas todos pensamos que estaremos aquí, como mínimo, un día. "No hay ninguna esperanza, ya ni siquiera aparece nuestro vuelo en pantalla", dice una compañera de penurias. La gente de la cruz roja nos ha dado bocadillos y agua pero no hay suficiente para todos, algunos se quedan sin probar bocado. Todos pensamos lo mismo: esto es una violación flagrante de nuestros derechos, estamos secuestrados, hambrientos, aislados, nadie dice nada, no sabemos nada. ¿Es legal que se someta a millares de personas a una situación como esta?

Pasan otras dos horas y nada. El cuadro que mi hermana Lina María me regaló ya pesa una tonelada y los pocos bizcochos de achira que nos quedan ya no los queremos ni ver. Luna intenta dormir sobre los cartones del carrito y Juanca sigue con la protesta. Ya han despachado, por entregas, algunos equipajes. De repente se forma un torbellino y la gente corre hacia la cinta número 45: acaban de informar que nos entregarán los equipajes. Son las 6:00 de la mañana. El cuadro rueda por el suelo, Luna se baja del carrito, Juanca se mete en medio de la cinta. Y, por fin, después de otra media hora, podemos coger el taxi para llegar a casa. El tránsito ha terminado.

Comentarios

¡Qué ejor experiencia social que ésta, amiga!.
Es es día a día de muchos, puede que reclamo de pocos.
¡Esta realidada sí genera crisis!
Te espero en Urbanity - Urbs
Isabel Gómez.

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