El Consumo

Es diciembre. Desde hace varias semanas lo es, sobre todo aquí, en Barcelona. El calendario así lo refleja y las luces que estallan en la calle desde la última semana de noviembre, también, y la marabunta que dócil se apresta al derroche más placentero del año. Diciembre es la apoteosis de la sociedad de consumo.

Hace dos días los periódicos regionales hacían eco del temporal que afectó este largo puente de la Inmaculada y de cómo la gente lo aprovechó para abarrotar las grandes superficies comerciales. Al mal tiempo buena compra, parece ser el lema de una gran mayoría de seres marcados por ese ímpetu casi salvaje que los lleva irremediablemente de tienda en tienda.

Ciencias como la antropología deberían ocuparse más a menudo de esa especie tan común en el primer mundo que tiene comportamientos similares y que acude en masa a desocupar sus bolsillos. Aquí va un ejercicio simple de etnografía callejera:

"Sábado 9 de diciembre. 6:00 de la tarde. Entrada del Centro Comercial La Farga, L'Hospitalet de Llobregat, Barcelona. Hace frío. Parece que por fin, después de un otoño más caluroso de lo normal arriban los primeros vientos del invierno. Desde los bancos de la entrada del centro comercial se puede divisar la calle y el semáforo que está justo al frente, donde hay muchísima gente esperando que se ponga verde. Todas las personas que esperan de este lado de la calle llevan varias bolsas de compra identificadas con marcas populares (aquí no vemos a Valentino, ni a Carolina Herrera, ni a Chanel... esta ciudad todavía parece una urbe obrera pese a estar en las goteras de Barcelona). Se les ve felices: ríen, hablan, fuman y cuando cambia el semáforo cruzan rápidamente la calle. Las bolsas de Zara se contonean alegres como sus dueños/as. Las personas que esperan del otro lado se apresuran a cruzar la calle. Hombres y mujeres jóvenes y mayores se preparan para dar el salto a la felicidad. Entran al centro comercial dispuesto para la ceremonia del consumo: luces navideñas por doquier coronadas por un arbol gigante parpadeante, escaparates dispuestos para el ojo con maniquis espléndidos que muestran las últimas tendencias de una moda accesequible a una gran mayoría que seguramente no gana más de 100 euros al mes. Todo absolutamente todo en un sólo lugar. Y por supuesto no faltan las caras de arrobamiento. El detenerse frente al escaparate, dar un pequeño rodeo para comprobar detalles y finalmente entrar a la tienda. Mirar el género, los jerseys -ahora que llega el frío porque los de la temporada pasada ya no me van... y salir con la expresión del deber cumplido. Y desde el banco se observan los cuerpos en movimiento que se cruzan en los pasillos, sus bolsas que se tocan, los ojos que brillan. Cuerpos de hombres y mujeres que parecen interactuar en una armonía asombrosa en mismo espacio/tiempo. Aquí no hay conflicto ni diferencia. Los extranjeros se confunden con los nativos -llevan las mismas bolsas de compra-, los padres dialogan con sus hijos, los maridos con las mujeres, las mujeres con los niños, los novios se besan mientras compran, los ancianos observan desde los bancos ¿recordarán aquel tiempo no muy lejano de precariedad? Estoy segura que sí..."

Esto es diciembre en el primer mundo donde cosas tan elementales como solidaridad, compañía, familia, justicia, reponsabilidad... parecen reposar justo en el fondo de la bolsa de la compra.

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