Barcelona, Barcelona
Y el escaparate, por supuesto, está limpio y saneado. Afuera miseria humana, desarrapados, incívicos, mujeres de la vida alegre, inmigrantes pobres... Afuera todo lo que empañe el artificio lustroso pleno de turistas en zapatillas, de yuppies tecnológicos, de gente fashion con bolsas de Valentino. Afuera todo lo que no quepa en una postal impoluta y vendible.
Hay sin embargo, otra Barcelona. Aquella de las calles estrechas en las que conviven seres de los lugares más lejanos. La de la gente de a pie que vibra y sueña y reinvindica sus derechos. Barcelona rosa de fuego. La de las construcciones estupendas que se convierten en un deleite para los sentidos. La del sol perenne y la montaña verde que se columpia en las tardes de invierno. La de aquellos lugares recónditos, clandestinos, alejados del ojo del escaparate en los que es posible la invisibilidad. Barcelona. La de calles atiborradas de mundo, de cuerpos en movimiento siguiendo el compás de una melodía cotidiana y única. Barcelona. Niebla en primavera. Concha de plata en Otoño. Arte en las calles y en los bancos desde donde se contempla la vida que pasa y se agita. Barcelona irreverente, indómita: eres más que un escaparate creado por quienes intentan domesticarte, prostituirte, doblegarte. Para los que te sentimos, Barcelona, somos tus rehenes, tus amantes sigilosos e incondicionales que ya no pueden vivir sin tu música de sal. Barcelona de mar.
Foto: Lina María Cedeño Pérez, Barcelona desde el Parc Güell un día de invierno.
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