Crónica de un viaje en AVE

El tren partió justo a las 7:30 de la mañana de aquel lunes de principios de abril. Con la expectación normal por mi primer viaje en AVE me acomodé en el asiento mientras hacía un recorrido visual por el espacio y sus ocupantes. Considerable distancia entre los asientos, suelo tapizado y una pantalla general justo al frente que permite observar la hora, el tiempo y la velocidad que poco a poco se aproxima a los 300 kilómetros por hora. Es como si voláramos. Le dije a Bety mi amiga y compañera de asiento que también se bautizaba en este tipo de transporte.

En cuanto a la gente, mi primer análisis global -fijándome en las apariencias y en las conversaciones- me permitió hacer una clasificación a priori: algunos políticos que hablaban del congreso de diputados y sus "majestades", una mujer mayor que minutos antes había llegado acompañada a la estación por un hombre joven, algunas mujeres de mediana edad solas (por su fachada parecían ejecutivas que viajaban a Madrid por razones de trabajo o algo similar), hombres trajeados, una pareja de mediana edad y ningún niño o niña ... En términos generales apariencias que corresponden a una clase media y media-alta, blanca y nativa. Funcionarios y funcionarias y yuppies. Afortunados (en todo el sentido de la palabra) que pueden costearse un viaje en este medio que aún es un poco caro. Claro, y nosotras, Betty y yo, que seguramente desde afuera desentonábamos un poco, quizá no por nuestra presencia sino por nuestros acentos y nuestras palabras. Extranjeras del sur que-viajan-por-primera-vez-en AVE. Aunque claro a nivel académico-cultural estoy segura que nuestro listón quedaba muy muy alto. Pero esas cosas cuando se habla de las apariencias importan poco...

A la media hora de viaje el tren de alta velocidad ya casi sobrepasaba los 300 kilómetros por hora y debo confesar que sentía un cosquilleo en la espalda, un poco de aprehensión, ya se sabe, una especie de susto por semejante acelere. ¿Y que pasaría si...? No debo pensar en tonterías. Los trenes más veloces del mundo son los japoneses y después le siguen, le siguen... ¡Ostras! El tipo de tren en el que viajé es el segundo más veloz del mundo (lo supe tres días después de mi viaje). Y es que cuando se sobrepasan los 302 kilómetros por hora no se siente nada, es como si se levitase. Y efectivamente estos aparatos se alzan algunos milimétros sobre los rieles. De ahí la ligereza que se experimenta, la suavidad, el total estado de quietud. Y no pude dejar de pensar en Einstein. Y sí, ¡el paisaje se puede ver! (Presento las fotos tomadas en el viaje de ida y regreso, Luna quería que testimoniara efectivamente que no se ven solamente rayas a través de las ventanas del AVE).

A las 2 horas y 40 minutos estábamos en Madrid. Descansadas y frescas para nuestro encuentro de mujeres, sobre el cual escribiré después una pequeña reseña.


Fotos: Martha C. Cedeño (vistas desde el AVE).

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