TODAS LAS LUNAS

 

La palabra como poder, descubrimiento y sororidad

 

Conocí  a Luz Dary a principios de la década de los años 90 en circunstancias un poco extrañas. Y eso hizo que siempre nos miráramos de soslayo: sabíamos mutuamente de nuestra existencia pero  no teníamos una conversación fluida. De hecho compartimos muchos actos literarios observándonos desde lejos, hasta que en 2013 coincidimos en un Encuentro de escritoras  llevado a cabo en Garzón, Huila y  organizado por el poeta y abogado Amadeo González. Y allí se hizo la magia: nos vimos y fue como si no hubiesen pasado los años con sus acontecimientos y distancias, con sus lluvias y sus noches y sus madrugadas encendidas. Y nos abrazamos y hablamos como si no hubiese un mañana; y compartimos versos y palabras en una comunión que continúa ahora y continuará hasta el fin del tiempo.  

Ella es una mujer poderosa de ojos intensos y sonrisa perfecta que se ha hecho a pulso, toreando la inercia de una región  marcada por una cultura patriarcal que niega, invisibiliza, culpa, señala y vulnera.  Es una mujer libre, luchadora, sensible, idealista y revolucionaria. Y ella es poeta. Creadora de mundos a través de palabras redondas y plenas que enuncian y trazan caminos y recuerdan como se evidencia en su más reciente libro Todas las lunas (Neiva, 2021), que en verdad son dos libros pues también contiene Mi antología, un recorrido por su producción poética más profunda.

 

En Todas las lunas, encontramos el canto-homenaje a todas aquellas mujeres que han configurado la esencia de la poeta, las guías que han nutrido su paso por el mundo prosaico y el de la palabra. Está constituido por 10 poemas que cantan a la madre, a las Barqueras, a Agatha Christie, a Alfonsina Storni, a Alejandra Pizarnik, a Frida Khalo, a Policarpa Salavarrieta, a Gabriela Mistral, y termina con un poema significativo “Sororidades” que cierra en la unidad y en la solidaridad entre las mujeres. Entre aquellas que nos antecedieron, nosotras y las que vendrán.  Porque, efectivamente,  “Porque fueron, somos; porque somos, serán”. Y por ello la poeta afirma “Estoy cosida con todas/ en un dechado de puntadas en ascenso/ (…) cosida con todas/ con las que cruzamos puentes con los ojos cerrados/buscando la noche en las estrellas/buscando puertas en las llaves/ y buscando paladares de risa y luz por debajo de la lengua” (p. 51).

Las lunas son todas aquellas mujeres que iluminaron e iluminan la vida de la poeta.  Y empieza con “la única que caminó a mi lado”: su madre; un poema redondo, ardoroso y lúcido que convoca el espíritu femenino esencial y planetario. Su madre es su yo y el de todas las mujeres que han alumbrado el sendero de otras pese a los constreñimientos de una realidad signada por una mirada masculina que configura un mundo excluyente y, por tanto, asimétrico en todos los sentidos de la palabra.  ¡Efectivamente, las lunas no tienen luz propia pero cuánto han iluminado las noches oscuras del mundo!  Como las barqueras, las sin sombrero, las bartolinas, las escritoras sin habitación propia, las madres de voz callada,  las luchadoras en todas las batallas por la vida, por la libertad, por la justicia, por la igualdad…

A nivel formal este poemario refleja un trabajo lingüístico reposado, una domesticación del idioma para ponerlo al servicio de los sentidos, de la memoria, de la reflexión, de la vindicación más elemental que configura una imagen femenina poderosa no sólo en el ejercicio de la palabra y el arte en general, sino en aquellos rincones cotidianos de la realidad en donde tienen lugar las luchas más significativas del ser, de la existencia.

Hay un elemento que me gusta mucho de este poemario y es el sentido cósmico que encuentro en algunos versos no sólo a través del señalamiento lingüístico de los astros  (luna, planetas) sino también en la noción de infimitud (sí, esta palabra no existe en el diccionario de la RAE pero me da igual) que de alguna manera sitúa nuestra dimensión humana en la inmensidad del universo: “me prefiero superficie carnal sobre el suelo y bajo la luna llena/ que el polvo no se lleve el polvo,/ periferia,/ arcilla modelada de lo que cabe de infinito en nuestra diminuta existencia”.

Por otro lado, en lo que atañe a Mi antología es un recopilatorio de algunas creaciones suyas que hacen parte de libros publicados y otros poemas  que comprende “Versos sueltos”, “Lira inconclusa”, “Elogio a un león dormido”, “Más allá de la lejía”. Allí encontramos versos que a mí personalmente me agradan mucho como aquellos de “Caída de luz”. Y este poema me gusta porque es un alegato contra todas aquellas “caídas” construidas socialmente y que no dejan de tener un componente moral asociado sobre todo al comportamiento de las féminas. La caída como metáfora del control social sobre las mujeres. Por ello canto con la poeta: Caer/Honrar el desplome, del derrumbe, el desliz/ Caer/ Caer para liberar lo más profundo de mí misma/ Y hallar e la promesa de lo oscuro y profundo/  la radiante certeza de la luz.

El libro está constituido por versos sobre temas fundamentales de la condición humana: la muerte, el amor, la existencia, el paso del tiempo, el significado de la vida…; también homenajean al más grande escritor del Huila, y a una de las voces más significativas de la poesía y la narración colombiana y latinoamericana: José Eustasio Rivera. Esa mirada recuperadora de lo esencial del territorio, de las señas de identidad, se aprecia también en los poemas dedicados a Tierradentro, San Agustín y al río Magdalena. Vuelta a la memoria, al legado infinito de los seres que nos precedieron con su visión armónica del mundo. Le Herencia viva de palabras y piedras y aguas e hipogeos que construyen la existencia. Antes y después unidos como legados de un mismo camino.  Incertidumbre de futuro:  "¿A dónde tanta montaña alta, tanto abrazo en cordillera, tanto valle alto,/ cuando a la tierra se le ocurra dar un brinco?/ ¿A dónde tanta agua/ y que luz hecha de oscuros alumbrará su camino?".

Gracias querida Luz Dary por enviarme este libro precioso que dibuja la palabra como configuradora de mundos, como saeta en los centros esenciales de la vida; como  una luna con luz propia que vertebra nuestros pasos por el tiempo y el espacio con músicas sororas; como perfiladora de nuestra grandeza e infimitud en el vasto universo, en el que sólo somos un diminuto punto azul.  


Torres, Luz Dary. (2021) Todas las lunas. Neiva
Torres, Luz Dary. (2021) Mi antología. Neiva 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Caracola, un poema de Federico García Lorca

Tres poemas de Eduard Sanahuja

"El sabor de la nada": un poema de Charles Baudelaire