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Celebración tardía

El otro día estaba escribiendo una entrada para celebrar a mi modo el día de la poesía cuando de repente una tormenta empezó a entrar por la ventana. Flashes gigantes iluminaban el cielo que instantes después rugía con fuerza y rabia. Las palabras iban y venían en un intento desesperado por terminar mi escrito antes de que las espuelas de la tormenta se clavaron en mi nuevo ordenador. Y nada. No pude escribir porque un estruendo certero se llevó la luz y tuve que desistir de mi empeño. Pasaron los días y entre texto y texto no me había sentado a terminar lo que empecé esa noche. No obstante tengo algo claro: la poesía es aquella que habita esos resquicios que resisten a la miseria cotidiana, a la perversidad humana, a la sinrazón. O más bien, es la que nos permite resistir y creer pese a todo. Y en esa noche brava de tormenta también existía la poesía. ¡Nunca un cielo encapotado fue tan bello y tan terrible al mismo tiempo! La poesía también es emergencia y coincidencia. Como la que ac

Presintiendo a Lisboa

Aquellas eran noches de impotencias que desaparecían al filo de las horas -Pessoa siempre nos miraba, en silencio, desde el muro-. Era fácil ser feliz entonces y recorrer las calles de vino con sus sombras mágicas y sus discursos y sus movimientos. No era la Lisboa presentida con sus aromas añejos Era otra ciudad anudada a un río silencioso y ligero con nombre de mujer: Magdalena Era una promesa oxidada en los bancos del parque abiertos al soplo de la tarde donde a hurtadillas inventábamos el amor. Aquellas eran noches de canícula y deseo ¡Cómo quisimos entonces que fuera Lisboa con su cintura de mar!

Calle-Cuerpo

La calle siempre es calle. Una abertura por donde se deslizan los cuerpos presurosos. Cuerpos que paran automáticamente en los semáforos. Cuerpos que exhalan humo mientras se mueven al vaivén de una música cotidiana. Cuerpos que son ojos y piernas solamente. Cuerpos que casi nunca miran hacia atrás. Cuerpos de todos los tamaños y colores, de todas las texturas, y, seguramente, de todos los olores. Cuerpos, cuerpos, desplazándose sobre una superficie que a veces parece líquida, fluida. Cuerpos de aquí y de allá. La calle es un cuerpo, muchos cuerpos deslizándose a la vez sobre su figura de agua.

Amanecer de invierno con luna

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Armonía

Hago una pausa. Dejo el texto que escribo sobre los usos de los espacios públicos y miro a través de la ventana. Me quedo sin aliento ¿cuántas veces he visto un amanecer como éste? Nunca. Todos los amaneceres, como los días, son distintos. Y no puedo describirlo. El naranja oscuro que nace de las entrañas del mar y que se va difuminando en las siluetas de los edificios. Y un aro de luna. Un cuarto de luna tan fino como un relámpago. Y un pájaro que planea y el viento que mueve la ropa tendida sobre un terrado. Me quedo sin palabras. La armonía existe. La belleza se despliega ante mis ojos con tanta naturalidad que siento pena por los que duermen a esta hora de la mañana y también por los que nunca han visto una maravilla como ésta. Hoy el día será breve.

Play Strindberg

El 18 de enero tuve la oportunidad de asistir al estreno de Play Strindberg , Dansa Macabra, en el Teatro Nacional de Catalunya . Fue una estupenda experiencia sobre todo porque era la primera vez que presenciaba un espectáculo en ese espacio cultural tan importante. Un sitio creado para la representación, para el teatro en su más alto sentido. ¡Cuán distinto de aquellos modestos lugares de mi ciudad donde un puñado de soñadores levantan los telones! Recordé entonces mi corto paso por las tablas regionales en Casateus y mi amistad entrañable con los incansables de Casateatro donde tantas palabras y emociones he compartido -la última vez fue en julio del año pasado-. Eran y siguen siendo espacios culturales sencillos pero ahí todavía palpitaba el arte, la vida y la esperanza. Así que estar en el TNC fue muy emotivo, más aún viendo en escena a la catalana -hospitalense, por más señas- Núria Espert y a José Luís Gómez y Lluís Homar , en unas interpretaciones sobresalientes que conducen

Pintora de Arte Mayor

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No era necesario que un intelectual como Gerard Vilar hiciera un comentario sobre la pintora Lina María Cedeño Pérez (mi hermana, por supuesto) para darnos cuenta del valor de su obra. Eso lo sentí desde la primera vez que ví uno de sus cuadros urbanos, aquellos donde juega con los signos y desplazamientos, con sus trazos tenues y al mismo tiempo firmes. Para mí fue un descubrimiento fabuloso percatarme de aquellas figuras citadinas que insinuan una ciudad otra, plena de sentidos y al mismo tiempo enmarañada en su propio espacio-tiempo. Y este comentario viene a raíz de aquel hecho por el profesor Vilar en la revista Disturbis , que sin duda nos llena de alegría y emoción a quienes amamos a Lina, y que ahora reproduzco con orgullo y sin el menor pudor nepótico: " Hace unos pocos días recibí unas hermosas imágenes de Lina María Cedeño, una artista colombiana de la que casi nada sé. Tampoco necesito saber mucho para apreciar la calidad que -ninguna lengua podría decirlo mejor- sa