La ciudad de la distancia y el recuerdo

"Es una putada estar lejos", me decía un amigo argentino en días pasados. Extrañas a los tuyos, el calor de tu gente, la maravilla del paisaje; extrañas el espacio donde creciste, las calles que anduviste y donde crees que un día fuiste feliz. Extrañas los sabores, los colores, las visiones -estupendas y miserables-, los sonidos, las formas y las imperfecciones que parecen conjugarse siempre para perfilar lo grandioso y lo mínimo, lo magnífico y lo precario.

Extrañas la ciudad polvorienta, imperfecta, canicular, desordenada, que en el recuerdo se convierte en una urbe espléndida, armónica, perfecta. Y deseas volver a recorrer sus calles bulliciosas con gente que viene y va, con mujeres embarazadas y hombres que te miran con lujuria y te lanzan los piropos más inverosímiles, con niños que juegan sin miedo al peligro que acecha en las aceras, con almendros y arrayanes perfumados, con el río que serpea entre ceibas y platanales...

La ciudad del recuerdo es un lugar perfecto: el de la juventud entre cuadernos y tímidos amores, y muchachas que escuchan música vallenata (en mis días de colegio el Binomio de Oro tenía mucho éxito entre las chicas pero a mí no me gustaba. "Dime pajarito", "Mi novia y mi pueblo", "La creciente"... eran algunas de las canciones que tatareaban mis compañeras de curso entre las que recuerdo a Lucía Moreno, a quien volví a encontrar estos días gracias a la magia de internet, y a Maricel García, cómplice de odiseas y travesuras juveniles), el de los parques abandonados donde se descubre el amor, el de las tabernas con la música almibarada de Franco de Vita, el de las utopías intelectuales y sueños esperanzados de justicia y paz, el de la casa rosa con ventanas rojas y padre cantando boleros, el de la abuela sentada en el marco de la puerta...

Ciudad de los deseos, de la memoria, del amor, del fracaso, de la inercia, de los sueños, de la felicidad, del pasado. Así es Neiva en la distancia. Mujer rotunda surcada por depresiones líquidas. Cuerpo cruzado de azahares, de gritos como lanzas, de cantos de pájaros en el vientre. Neiva siempre nueva y vieja, triste y alegre como el valle canicular sobre el cual se erige.

Es una putada estar lejos. Es una putada no ver lo ojos de madre y sus manos sabias y serenas. Es una putada esta distancia atlántica que agiganta el recuerdo y los deseos de volver. Aunque en verdad nunca me he ido, pues partir es siempre una manera de quedarse.
Martha Cecilia Cedeño Pérez
Barcelona, abril de 2006

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