La mirada

Una de las cosas más interesantes con las que una se puede encontrar al estudiar el espacio urbano - o sólo al trasegarlo- es la gestión de la mirada. Si, la manera como la administramos para orientarnos y para emitir señales que permitan los tránsitos fluidos de los/as copresentes en un espacio dado. Gestionarla de modo tal que se convierta en un mecanismo de comunicación básico y no en lo contrario, esto es, en un marco de ambigüedades. Goffman llamaba muy lúcidamente a esa capacidad de gestión que todas las personas tenemos "inatención civil", que no es otra cosa que utilizar la mirada cómo una prótesis para la convivencia. Mirar de manera educada y correcta para no incomodar a quien se tiene delante cuando se cruza una calle, cuando se va en el metro o se comparte un banco, etc.
Pero la línea de la inatención civil es muy fácil de cruzar. Para el caso quiero hablar sobre una experiencia personal.
Esta mañana, tuve que desplazarme hasta una calle céntrica de Barcelona para realizar algunas gestiones de cara a mi próximo viaje a América, gestiones que por otra parte no pude realizar por el entramado burocrático terrible que se vive aquí -bueno y en otros territorios también-, así que cogí el metro. Un medio de transporte eficaz y rápido que no me agrada mucho: detesto los olores que a veces suelen acompañar los recorridos y la congestión de cuerpos que según qué horas se torna casi insoportable. Por suerte no iba muy lleno. Me pude sentar tranquilamente y quise sacar del bolso un libro de Benedetti que he recuperado estos días, pero inexplicablemente no lo llevaba, así que me dediqué a uno de los oficios que más me gusta: mirar -una pasión de antropologas/os y otros especímenes. Y en ello estaba cuando un hombre que acababa de subir al metro se sentó justo en el asiento de enfrente. Así que quedamos cara a cara. Me fijé en él muy sutilmente, esto es, haciendo gala de una inatención civil, mirar sin obstruir: era grande, tenía una panza prominente e iba vestido con una camisa hawaiyana. Llevaba gafas y parecía no tener más de 40 años. Yo le miraba de reojo cuando en un instante nuestros ojos se cruzaron. Así que desvié la mirada hacia la ventana. Y ahí empezó mi calvario. A partir de ese momento el buda tropical, como le bauticé, no dejaba de mirarme. Sentía sus ojos interfiriendo en mi campo de visión. Y yo no sabía dónde mirar, ni qué hacer. "Plaza de Sants" decía la grabación que anuncia las estaciones y el hombre seguía ahí mirándome de frente, incomodándome. Y tuve ganas de decirle "¿qué miras?" o simplemente de mirarle sostenidamente con rabia pero no pude hacerlo. Fui incapaz. Sólo esperaba que se quedase en alguna estación para liberarme de sus ojos de ratón. Cuando escuché "Diagonal" sentí un alivio porque era la estación donde me quedaba. En el momento de levantarme dirigí la mirada hacia el hombre y ahí estaba con una media sonrisa, como despidiéndose, después de haberme arruinado el viaje.
Y entonces reflexioné sobre lo dificil que es gestionar la mirada en según qué espacios. El hombre seguramente pensó que le estaba mirando con algún interés, supongo que no antropológico, y por ello se dedicó a buscar mis ojos, a fijarse en mi cara. En este caso la inatención de urbanidad o inatención civil simplemente no llegó a cristalizarse. Fue simplemente eso: una retórica de aquellos que nos dedicamos a observar lo que sucede, lo que pasa, en el espacio público.
Foto: Ojos de Luna (Martha C. Cedeño P.)

Comentarios

Gracias a los que observan, como tú, y además plasman lo que ven, se va construyendo la história de los pueblos, sus constumbres; aportando datos para la investigacón. Gracias por mirar por los que no mirar.
Isabel

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