Ménage à trois

En el metro se puede ver casi cualquier cosa. Allí la vida social infracotidiana se desvela de manera sutil o descarada a través de gestos de convivencia básicos, formas prácticas de ocupar un espacio compartido -a veces casi hasta el paroxismo-, maneras de gestionar la mirada y el cuerpo, etc. En los vagones de metro los seres anónimos son partícipes de una representación  precaria y fugaz en la que sin embargo, siempre salen indemnes por una sencilla razón: la mayoría de ellos saben de memoria su papel y aunque improvisen lo hacen de manera tal que la función continúa sin sobresaltos. Bueno, al menos eso es lo que sucede la mayoría de las veces.
Allí en ese espacio minúsculo aliñado de diversas formas corporales, olores de toda laya, conversaciones en todos los tonos,  alientos de todos los matices, regurgita ese mundo social que se explaya, allá arriba, en la calle.  ¿Acaso podría ser de otra manera?

Es viernes. Tomo el metro en Sagrera. A las 11 de la noche todo parece remitir a un ambiente festivo de copas y bailes y lo que salga.  Se baja alguna gente y  sube otra: jóvenes con ganas de fiesta, hombres y mujeres con cara de agotamiento y pocas ganas de sonreír y algunas personas mayores de pasos silenciosos. El vagón está medio vacío así que me siento en uno de los puestos libres. Abro un poco la cremallera de mi abrigo, me desato la bufanda -hoy llevo una preciosa que me ha regalado mi hermana Tati- saco El Gatopardo de mi bolso y empiezo a leer justo donde Lampedusa describe el final del Príncipe, empiezo a introducirme con emoción en las palabras y ¡zas! la risa alborotada de una chica me desconcentra. Levanto la mirada y la veo justo en frente de mí. Es muy joven -veinteañera, diría- y va sentada en las piernas de un chico de pelo largo. Ella ríe, él la lleva encerrada en sus brazos.  Intento leer pero algo me desvía del texto. Vuelvo a mirar al frente y veo a la pareja, ahora se besan con fruición (oye: tu también lo hacías en los pasillos de la universidad ¿recuerdas?). Y entonces me fijo en la otra persona que comparte la misma sección compuesta por dos asientos: es otro chico de pelo corto y mirada lejana.  Tiene cara de ángel, pienso. Un momento: observo que la distancia entre el cuerpo de éste y la pareja no existe. ¡No hay esa separación física ellos!  Busco explicaciones: debe ser hermano de alguno de los miembros de la pareja o un muy buen amigo de él. Vamos, un familiar. Alguien de mucha confianza que llevas a tu costado mientras te "morreas" con tu novio o novia y te aguantas las conversaciones insulsas y repetidas de los enamorados.  El chico tiene, sin embargo, cara de aburrido.
Vuelvo a la muerte del Príncipe sin éxito. Oye: mira con disimulo.  La pareja ahora ha terminado la sesión de besos  y parece que se ha quedado sin palabras. "Propera parada: Hospital Clínic".  Hago como si estuviese leyendo pero mi visión periférica me advierte de algo. La chica continúa sentada en las piernas de su chico pero éste ya no la abraza, ahora habla  con el muchacho acompañante (lo hacen muy quedo y sus caras están demasiado cercanas, demasiados próximas) Oh, oh, aquí pasa algo, me digo. Y entonces me fijo que el brazo derecho del chico que antes besaba a la muchacha ahora estrecha el cuerpo delgado del  joven y mientras sonríe le acaricia el rostro con ternura con su mano izquierda. (Nada: debe ser su hermano menor). Oye: mira con disimulo y vuelve al libro.  Y entonces, un poco después,  sin poder evitarlo, levanto la mirada y observo a  los chicos engarzados en un beso intenso y prolongado, mientras la chica observa su reflejo en la ventanilla del metro (aún va en las piernas de uno de ellos).
Intento volver al texto, sin éxito. No puedo ocultar una sensación un tanto extraña. La presentación sin decorados de un comportamiento privado en un espacio público me ha dejado sin palabras. Así que, con disimulo, observo las caras de mis compañeros de viaje. Los que han visto la escena, desvían la mirada, como si hubiesen visto algo muy, muy raro...   Y yo pienso en mi madre y en lo que diría: "Dios mío, este mundo está loco".

Comentarios

Juan Carlos Garrido ha dicho que…
El metro es la vida condensada en pequeñas píldoras.

Saludos.
Gustavo Figueroa Velásquez ha dicho que…
Una historia de la vida cotidiana muy bien narrada y que reúne esos elementos inesperados o asombrosos de los seres huimanos:su comportamiento social, su equilibrio sicológico y/o social, su cultura, su estilo de vida...en fin, en cada metro, que es solo un ejemplo de todo lo posible en el imposible drama humano, se puede apreciar de todo que daría, a su vez, para muchas historias que nos retan o nos obligan a reaccionar. La historia del ménage à trois no me sorprende porque he vivido tantos años en una de las democracias más avanzadas del mundo - Suecia - y aquí he tenido la oportunidad de ver el comportamiento de los suecos en su libertad, en su individualismo y, también, en sus excesos. Es paradójico que la mayoría de las llamadas "democracias", se permitan estas "demostraciones públicas de afecto", mientras que no se permite una opinión política o ideológica contraria al gobierno de turno.
Licenciada Martha Cecilia, reciba mi saludo, mi felicitación por esta interesante página y, desde ya, mi saludo de navidad y año nuevo.
JC: gracias por pasarte siempre por aquí, es un placer tener lectores como tu.
Un abrazo

Gustavo: gracias por tu comentario. Me encanta tenerte también dentro de los lectores de esta bitácora. Todo ello anima a seguir en la búsqueda de las palabras...
Un saludo cordial

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