Recorrido en buseta

A las 15:30 Neiva arde. El sol, inclemente, reverberea en las calles y en las hojas de los árboles. No hay ni un alma en las aceras, ni una gota de aire en los tejados. ¡Mierda! digo, mientras salgo de casa de malhumor. Coja la buseta no. 4 en la calle de arriba, dice mi padre. Camino con el sol en la espalda. Siento que mi cabello aún húmedo -acabo de ducharme por segunda vez en este día-, se empieza a calentar sin consideración. Una moto con dos ocupantes pasa por mi lado y casi me roza. Pienso en todas las palabrotas   ibéricas que ya no puedo borrar de mi cabeza.  Espero cinco minutos en una acera (aquí no hay paradas estipuladas y la gente hace señales a los autobuses y busetas donde le da la gana). Veo la buseta no. 4 pintada de azul. Levanto la mano. Para. Pago 1300 pesos. Ojeo el interior. Sólo lleva tres ocupantes: dos hombres y una mujer. Busco un asiento estratégico en el que el sol no me encuentre. El vehículo parte por calles tantas veces repetidas. Y yo empiezo a observarlas mientras los recuerdos acuden a mi mente. La memoria se ensancha en cada esquina, en cada cada recodo, en cada barrio. Por aquí vive Lucía, pienso. Hogar infantil Santa Isabel y veo a mi hermana Mariela con  cuatro años. Lleva un vestido azul y está aferrada a la verja metálica,  llorando: tata no me deje. La buseta continúa. El sudor empieza a desgajarse por la espalda. ¡Joder!  Estos barrios no cambian. Sector de malandrines, casas repetidas y empobrecidas. Delincuentes. Desheredados. ¡He pasado tantas veces por estos lares!  El puente. El río.  ¿Más limpio? Observo unas garzas blancas y el agua más clara y en las orillas basuras. Arriba de todo, hace 20 años el río hacía un charco precioso: Pozo Azul. Allí nos bañamos muchas veces cuando éramos adolescentes. Pero ahora... Los semáforos tardan una eternidad en cambiar. ¡Y este calor terrible!  Ahora sube hacia un sector que antaño era el lugar de la burguesía neivana. Observo la iglesia  y me veo vestida de novia... Gira.  Pasa por una avenida y muy cerca de ahí recuerdo mi primer lugar de trabajo como  profesora universitaria. Sigue recto y pasa por la antigua Zona Rosa. Amores. Rockola. Cerveza. Bailes. Flores. Comidas. Promesas de felicidades fugaces. Carrera Quinta. Río Las Ceibas. Calles, calles y más calles anodinas, atravesadas por gente modesta de rostros morenos de sol. 
Lugares conocidos y distantes. Magnánimos en el intersticio de la memoria, vulgares ahora que los recorro con este calor de los mil demonios a punto de deshacerme.  Lugares olvidados, recordados, tergiversados. Lugares signados por la inercia, la quietud y la distancia. 
¡Mierda: cómo pasa el tiempo!

Comentarios

Martica desde esta distancia sentí el agobiante calor de Neiva y el sol de tus recuerdos. Un abrazo
Gracias por estar siempre ahí, Juan Guillermo. Por aquí se te extraña. Abrazos para los tres

Entradas populares de este blog

Caracola, un poema de Federico García Lorca

Tres poemas de Eduard Sanahuja

"El sabor de la nada": un poema de Charles Baudelaire