Noche de hotel

A las 13:00 horas  me registro en el hotel Ambalá, situado en el centro de la ciudad. Un lugar sin grandes espavientos pero bastante cómodo (y nada barato, por cierto). "Doctora, su habitación es la 805",  dice la chica de la recepción mientras me entrega la llave correspondiente. No es la primera vez que me hospedo aquí, así que ya conozco el camino.  
En el cuarto, espacioso y pleno de luz gracias a una pared-ventana en cuyo costado hay una puerta que da paso a una terraza desde donde se observa una parte de la ciudad y una montaña exhuberante,  hay una cama doble vestida con una manta de algodón de color azul profundo,  dos mesitas de noche con sus respectivas lámparas, un televisor de pantalla plana sujeto a la pared, un escritorio y un armario  de madera...  En suma un conjunto básico y bien dispuesto sin mayores artificios ni pinturas mal copiadas ni decoración estridente, todo a juego con las paredes de un blanco impoluto.
Después de una ducha  caliente, bajo al restaurante y más tarde tomo un taxi a la universidad.   ¡Me espera una sesión de cuatro horas con mis estudiantes de tercer semestre de la maestría en literatura! 
A las 21:30 estoy de regreso. Me  despojo de todo aquello que me incomoda y me tiendo en la cama para disfrutar de la sensación que produce ocupar fugazmente un "no-lugar" tan impersonal pero habitado de alguna manera, por otros pasos ajenos y cercanos.  
 Las sábanas huelen a lavanda.
No puedo conciliar el sueño pese al cansancio o quizá por ello. Y cuando estoy justo en las fronteras del duermevela siento que el colchón de la cama ondula un poco. "He sido yo misma, seguro he cambiado de posición", pienso. Me relajo, estiro las piernas y cierro lo ojos. No muevo ni un músculo de mi cuerpo entonces tengo la nítida sensación de que alguien o algo se ha puesto suavemente sobre la cama. Y justo en ese instante las perchas metálicas suenan dentro del armario empotrado.  Enciendo la lámpara y casi sin darme cuenta, abro las puertas del armario. Veo tres perchas vacías que se mueven y junto a ellas otra, en donde está colgada mi camisa blanca que me pondré mañana, totalmente inmóvil. Quito las perchas vacías y las arrojo  al fondo del armario.
Vuelvo a la cama y entonces me pregunto ¿por qué diablos se han movido las perchas? Mi cabeza trabaja en argumentos racionales, incluso llego a pensar que ha habido un pequeño temblor. ¡Pero solo se movían tres perchas y el armario estaba cerrado igual que la ventana, así que no habían corrientes de aire!  Y en ese momento experimento un miedo pleno.  Enciendo todas las luces y la televisión. Mis sentidos están aguzados.
A las cuatro de la mañana me quedo dormida y a las seis suena el despertador. Tengo clases a las 8:00 am pero antes miro los diarios digitales: no ha habido ningún movimiento telúrico en Ibagué y zonas aledañas...

Comentarios

Micaela ha dicho que…
Recibe un abrazo fuerte de tu compi de tertulias, aunque hace mucho tiempo que no nos hemos visto.
Otro abrazo para ti, Micaela. Y espero verte cuando regrese a Barcelona. ¡Gracias por pasarte por aquí!
Ismael Pérez de Pedro ha dicho que…
bueno, pero qué pasó?, tuvo algún sentido?, o el sentido fue la ausencia del mismo. Misterioso todo, paranormal. Quizá al azar no le gustó tu camisa. En fin, feliz día y muchos besos
Juan Carlos Garrido ha dicho que…
No tiene por qué moverse toda la ciudad, hay veces que se asientan los cimientos y los edificios antiguos son caprichosos.

Salud y suerte.
Ismael:
este fin de semana estuve en el mismo hotel y lo primero que hice fue quitar las perchas del armario, por si acaso...
Un abrazo afectuoso
JC:
es un placer tenerte de nuevo por aquí. Siempre intentamos dar una explicación lógica y racional a ciertas situaciones que no la tienen. En fin, sea como fuere, la experiencia valió la pena. Un abrazo

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