Volver, Por Martha Cecilia Cedeño Pérez* Octubre 1, 2012 a las 12:15 am Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno/son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos hondas horas de dolor… Así comienza uno de los temas más hermosos de ese sentir visceral que es el tango. Y ¿quién no lo ha cantado alguna vez con los ojos llorosos en la distancia más enorme, en la nostalgia prístina del exilio o mientras desde el avión o el autobús contempla las luces de esa ciudad amada a la que se regresa después de mucho tiempo? Volver. Tornar a lo conocido. A aquello abandonado por distintas circunstancias de la vida. Regresar al lugar de los afectos con heridas en el alma y en la piel, pero con la esperanza de reencontrar esos arraigos, a la vez sutiles y profundos. Volver a los aromas, a las visiones, a los sonidos poetizados en la lejanía, a las imágenes edificadas sobre los recuerdos y las nostalgias. Tornar a ese mundo dejado atrás para constatar
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Tres poemas de Antonio María Flórez
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Ayer, en una de esas coincidencias magníficas de la vida, me encontré con el poeta hispanoamericano Antonio María Flórez , a quien había visto por última vez en Barcelona hace dos años. Fue uno de esos momentos increíbles en que confirmas efectivamente, aquel lugar común de que el mundo es un pañuelo. Y después de los abrazos y las respectivas preguntas, me regaló uno de sus últimos libros Corazón de piedra (littera Poesía, 2011). Y me invitó a la presentación de su último poemario Bajo tus pies la ciudad (De la luna libros, 2012), que estoy ansiosa de leer. Sobre éste hay un excelente trabajo de Emilia Oliva, que se puede leer en el siguiente link: http://ensentidofigurado.com/ESF48-31b.pdf De Corazón de piedra : MÁS ALLÁ Eso que intuyes más allá de las sombras, de ese mar que resuena en la noche inagotable de los sueños, es la esperanza. - ¿Apesar de la fiebre? A pesar.
Noche de hotel
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A las 13:00 horas me registro en el hotel Ambalá, situado en el centro de la ciudad. Un lugar sin grandes espavientos pero bastante cómodo (y nada barato, por cierto). "Doctora, su habitación es la 805", dice la chica de la recepción mientras me entrega la llave correspondiente. No es la primera vez que me hospedo aquí, así que ya conozco el camino. En el cuarto, espacioso y pleno de luz gracias a una pared-ventana en cuyo costado hay una puerta que da paso a una terraza desde donde se observa una parte de la ciudad y una montaña exhuberante, hay una cama doble vestida con una manta de algodón de color azul profundo, dos mesitas de noche con sus respectivas lámparas, un televisor de pantalla plana sujeto a la pared, un escritorio y un armario de madera... En suma un conjunto básico y bien dispuesto sin mayores artificios ni pinturas mal copiadas ni decoración estridente, todo a juego con las paredes de un blanco impoluto. Después de una ducha caliente, bajo al
Chavela Vargas, por siempre
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Recorrido en buseta
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A las 15:30 Neiva arde. El sol, inclemente, reverberea en las calles y en las hojas de los árboles. No hay ni un alma en las aceras, ni una gota de aire en los tejados. ¡Mierda! digo, mientras salgo de casa de malhumor. Coja la buseta no. 4 en la calle de arriba, dice mi padre. Camino con el sol en la espalda. Siento que mi cabello aún húmedo -acabo de ducharme por segunda vez en este día-, se empieza a calentar sin consideración. Una moto con dos ocupantes pasa por mi lado y casi me roza. Pienso en todas las palabrotas ibéricas que ya no puedo borrar de mi cabeza. Espero cinco minutos en una acera (aquí no hay paradas estipuladas y la gente hace señales a los autobuses y busetas donde le da la gana). Veo la buseta no. 4 pintada de azul. Levanto la mano. Para. Pago 1300 pesos. Ojeo el interior. Sólo lleva tres ocupantes: dos hombres y una mujer. Busco un asiento estratégico en el que el sol no me encuentre. El vehículo parte por calles tantas veces repetidas. Y yo empiezo a observ