Puesta de sol en el Trópico

Atardecer en el trópico
Estábamos en casa de mi hermano Juan Manuel aprovechando los últimos días de nuestro viaje a Neiva, ciudad soñada. El calor sofocante nos había sacado hacia un parquecito cercano rodeado de un bosque a punto de desaparecer por obra y gracia del interés inmobiliario (lo mismo que aquí). Nuestras hijas jugaban felices mientras los mayores hablábamos de lo humano y lo divino. La ciudad a punto de sucumbir al embrujo de la noche encendía sus luces y sus sentidos. Un zumbido de un avión que pasó justo encima de nuestras cabezas recordó que estábamos en una urbe intermedia cuyo aeropuerto está en su corazón (en sentido literal).

Las montañas antes azules parecían ahora guijarros enormes y redondeados, levemente oscurecidas por el ocaso de la tarde. Desde el árbol donde me había subido pude ver cómo moría lentamente el día y cómo la belleza se explayaba ante mis ojos atónitos.

Ahí estaba el atardecer de mi memoria íntegro y sublime. Y aquí está la foto que condensa ese momento único y fugaz pero, a la vez, eterno.

Había olvidado mencionar que esta foto está colgada en la página de La Vanguardia, en el concurso mi mejor foto de la revista Magazine que se edita los domingos.

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