A veces cuesta levantarse a las 6:00 para leer aquellos textos pendientes o escribir palabras ya escritas en hojas recicladas. Cuesta salir de la tibieza de las mantas que a veces quisiéramos eternas. Cuesta no dejarse vencer por la certeza de un día anónimo, un día sin pena ni gloria entre trabajos mediocres y quehaceres rutinarios. Días como truenos que van pasando impunemente, soterradamente, y que perfectamente podrían ir de la ducha matutina al sofá verde donde se quisiera descansar a gusto de una jornada sin tropiezos mayores pero agudizada por el peso aplastante de lo cotidiano. Cuesta dejarse llevar, entregarse al placer onánico (no sé si esa palabra existe pero ahora, justo ahora, ha salido) de la contemplación, de la serenidad que produce admirar un amanecer como éste que ahora estalla en rojos y naranjas desde mi ventana y que de repente, despeja por completo ese cielo nublado, plagado de horas que vienen y van, de platos y polvo, de calles ruidosas donde el frío no es t...