Exilios

A Luna del Mar, para que sus ojos siempre miren más allá...

Como decía el gran César Vallejo partir es volver dos veces, es alejarse de esas patrias cotidianas, inmensas y simples que conforman nuestro trasegar. Pero partir también es quedarse infinitamente porque allá donde se vaya siempre nos sorprenderá la certeza de lo que se deja atrás - nos habitan, sin tregua, los ecos de la memoria y las texturas de lo vivido. Partir es abandonar las aguas de lo conocido para ir hacia los territorios insospechados de la incertidumbre. La certeza de la partida es el regreso, así éste no sea más que una utopía, un sueño acariciado que a veces suele confundirse con la nostalgia o, mejor, con esa larga pena del exilio que siempre nos suele colocar en un instersticio de espacio/tiempo.

Pero hay partidas de partidas. Desde aquellas voluntarias donde el peso de la decisión recae en el deseo de buscar nuevos horizontes como producto de una reflexión libre, hasta aquellas provocadas por la perversidad humana. Por las guerras que talan vidas como árboles y que siempre responden a unos intereses políticos y económicos. En este caso no sólo la nostalgia habita la vida cotidiana sino la indefensión, la vulnerabilidad, la miseria, la desesperanza.

En el mundo hay millones de personas que son obligadas a dejar sus tierras, sus cosechas, sus casas, sus sueños; el horizonte sin límites donde al menos se sabe dueño del día y la noche. Millones de mujeres, niños y hombres condenados a la errancia por decisión ajena, por la imposición, casi siempre con sangre, de unos pocos poderosos que se creen dueños de sus destinos, de su fuerza, de su vida. Unas cuantas manos que dirigen la orquesta del dolor, de la muerte, de la ignominia, en un mundo donde la injustica y la pobreza se globalizan y la justicia y la riqueza se privatizan, se concentran en un puñado de privilegiados.

Millones de seres humanos que son el rostro de un mundo carcomido por la perversidad. Desplazados, refugiados, exiliados, expulsados... migrantes eternos, parias en una sociedad del bienestar que vuelve sus ojos hacia otro lado. Rostros envejecidos por el dolor y la iniquidad. Rostros opacos que resisten porque saben que si Dios ha muerto la lucha por la dignidad, por la vida, no.

Cacarica es un canto,
un río plateado de bordes verdes
donde cantan las guacamayas
y los árboles suben al cielo,
mientras abajo
las metrallas repican
y un ojo amarillo
planea los días.

Martha Cecilia Cedeño Pérez
L'Hospitalet - Barcelona

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