El espacio público ¿amenazado?


En mi reciente visita a Neiva (Huila - Colombia) fui invitada por un grupo de personas comprometidas con la ciudad a hablar sobre el espacio público. Ellas sabían que acababa de doctorarme con una tesis laureada sobre los usos, prácticas y relaciones sociales en algunos espacios públicos de Barcelona. Así que tuve la oportunidad de hablar sobre mi experiencia pero sobre todo escuchar y aprender muchas cosas de quienes además de pensar nuestra ciudad, la experimentan y la viven día a día. Este texto va para ellas y para quienes se preocupan por encontrar caminos alternativos que propendan por la vida urbana como ejercicio de ciudadanía en todos los sentidos.

No cabe duda que la expresión “espacio público” se ha convertido en una de las más utilizadas en todos los contextos y esferas. Pero ¿qué significa exactamente? Isaac Joseph, un importante sociólogo francés, lo define como el “lugar de la acción”, aquel exterior urbano (léase calle, plaza, parque, andén, bus…) caracterizado por su apertura y accesibilidad en que una sociedad fugaz se des-vertebra. Espacio abierto por antonomasia en el que se producen toda suerte de interacciones y agenciamientos. Lugar de tránsito, observación, encuentro, disimulo, representación. Lugar potencial donde cualquier cosa puede suceder, y ello no excluye el conflicto, la fatalidad, la emergencia.

En esta noción general están las claves para entender la naturaleza de un espacio que pretende ser de todos y de todas, pero que en los últimos años parece haberse convertido en propiedad de quienes gestionan y detentan el destino de la ciudad, la polis. Y no hablo de un caso en particular sino de lo que se aprecia en los distintos mundos urbanos en los que me muevo: el cosmopolita y “desarrollado” donde el espacio público, desde la óptica del urbanismo oficial, es visto como una comarca sobre la cual intervenir para llenar los vacíos y garantizar usos adecuados y limpios; y el de la provincia latinoamericana, en donde en otras condiciones de progreso se están trazando caminos para la creación de espacios que garanticen los tránsitos, también bajo el manto de una fluidez aséptica.

En ambos casos, subyace entonces la intención de construir lugares impolutos, territorios claramente accesibles pero pasivos, puesto que en su control y regulación no toman parte activa los sujetos a través de sus usos y prácticas. En ese escenario rigurosamente vigilado, el usuario, el practicante, son vistos casi como indeseables, inconvenientes inevitables de los que sólo se espera que se avengan a colaborar, que actúen como figurantes en una representación teatral de la que no son autores ni protagonistas y que bajo ningún concepto desentonen con el paisaje armónico y sumiso previsto desde el plan y promocionado por la publicidad institucional.

Lo anterior alude al proceso de privatización, exclusión, segregación espacial, comercialización, monitorización de la vida cotidiana, arquitecturización a manos del “diseño urbano”, regulación… amenazas que se ciernen sobre los espacios abiertos urbanos como lugares donde bien se podría esperar un estado mínimo de derechos democráticos. El libre acceso y tránsito de cuerpos e ideas; el anonimato, la indiferenciación, pueden estar en peligro en un espacio donde se recortan los derechos y se socavan las libertades individuales, tanto las que se reclaman en solitario como las que se requieren a otros para ejercerse. ¿Podemos hablar, entonces, de espacio público cuando se vigila, se controla, se hostiga bajo el pretexto de la seguridad y la fluidez? Y, por lo tanto, ¿existe un espacio público democrático donde todos y todas tienen garantizado el derecho de acceso, uso y circulación?

P.D. este artículo fue escrito para un periódico regional pero inexplicablemente no fue publicado... Quizá porque pese a ser un artículo de opinión que no comprometía en nada la dirección fundamental del periódico resultaba incómodo para ciertos sectores. Es bien sabido que en América Latina y sobre todo en Colombia, hay unas maneras de hacer política y unas maneras de concebir lo público. Lo primero equivale fundamentalmente a llenarse los bolsillos; y lo segundo, a hacerlo a costa del erario "público", el fortín que nunca se acaba. Y en el centro de todo: los medios de comunicación que casi siempre están supeditados a esas formas de hacer política. Así que mi modesto articulito resultaba incómodo en una ciudad donde el espacio público se concibe como la creación de obras innecesarias que benefician principalmente a los comerciantes pero donde se inviertan recursos millonarios, mientras que en la periferia la mayoría de la población carece de los servicios básicos... Entonces ¿de qué espacio público estamos hablando?
Barcelona, 10 de noviembre de 2006

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