Una tarde sin Murakami y Coixet
Era un evento al que me hacía ilusión asistir: la charla entre la realizadora Isabel Coixet y el escritor japonés Haruki Murakami en la biblioteca Jaume Fuster. Y para ello quedé con Pili e Inma a las seis de la tarde, justo una hora antes de la actividad. Así que salí corriendo de casa, cámara en mano, para llegar a tiempo a este encuentro que me interesaba muchísimo, sobre todo por la Coixet (me confieso ignorante de la obra de Murakami) cuya producción fílmica me encanta. Pero vaya sorpresa: cuando me dirijo a la plaza Lesseps descubro una cola inmensa en medio de la cual estaban mis amigas. Sólo hay aforo para 200 personas, es posible que no entremos, me dijeron. Y en efecto: no pudimos entrar. Me parece que los organizadores tampoco calcularon la magnitud de la convocatoria. Muchas personas nos quedamos fuera, con las ganas enormes de poder estar con estos grandes creadores. Otra vez será. Aunque lo veo difícil sobre todo en el caso de Murakami, espécimen raro dentro del conjunto de escritores y escritoras, que huye de las multitudes, de las burbujas de la fama, de los fuegos fatuos de la celebridad. Ahora me dedicaré a conocer a Murakami y empezaré por Kafka en la orilla, el libro que me ha dejado mi amiga Pili. Ya de regreso a casa, en el metro, un tanto desanimada, un tanto frustrada, por la imposibilidad de estar allí, abro el libro y me encuentro con este fragmento:
“Cuando Ôshima se va a su casa, vuelvo a mi habitación, aprieto el interruptor del estéreo y coloco el disco Kafka en la orilla del mar sobre el plato giratorio. Lo pongo a cuarenta y cinco revoluciones, hago descender la aguja. Escucho la canción mientras leo la letra.
Kafka en la orilla del mar
Cuando tu estás en el borde del mundo
Yo estoy en el cráter de un volcán muerto
A la sombra de la puerta
Se yerguen las palabras que han perdido sus letras
Al dormir, la luna ilumina las sombras
Pececillos caen del cielo
Al otro lado de la ventana
Hay soldados con el corazón endurecido
(Estribillo)
Kafka está sentado en una silla a la orilla del mar
Pensando en el péndulo que hace oscilar el mundo
Cuando el círculo del mundo se cierra
La sombra de la esfinge sin destino
Se convierte en cuchillo
Y atraviesa tus sueños
Los dedos de la niña ahogada
Buscan la piedra de la entrada
Alza las mangas de su vestido azul
Y mira a Kafka en la orilla del mar”
“Cuando Ôshima se va a su casa, vuelvo a mi habitación, aprieto el interruptor del estéreo y coloco el disco Kafka en la orilla del mar sobre el plato giratorio. Lo pongo a cuarenta y cinco revoluciones, hago descender la aguja. Escucho la canción mientras leo la letra.
Kafka en la orilla del mar
Cuando tu estás en el borde del mundo
Yo estoy en el cráter de un volcán muerto
A la sombra de la puerta
Se yerguen las palabras que han perdido sus letras
Al dormir, la luna ilumina las sombras
Pececillos caen del cielo
Al otro lado de la ventana
Hay soldados con el corazón endurecido
(Estribillo)
Kafka está sentado en una silla a la orilla del mar
Pensando en el péndulo que hace oscilar el mundo
Cuando el círculo del mundo se cierra
La sombra de la esfinge sin destino
Se convierte en cuchillo
Y atraviesa tus sueños
Los dedos de la niña ahogada
Buscan la piedra de la entrada
Alza las mangas de su vestido azul
Y mira a Kafka en la orilla del mar”
Haruki Murakami, Kafka en la orilla, Tusquets, Barcelona, 2006, pag. 286
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Isabel