El fragor de la calle


Posted by admin on 6 febrero, 2011 in ColumnistasOpinión | 1 Comment

Martha Cecilia Cedeño Pérez
La calle nos recuerda una vez más que más allá de sus trazados, de los objetos que tatúan su rostro, de los tránsitos o emergencias que provoca, de las soledades y miserias que desvela, es la comarca por excelencia de la vida urbana.  Paradigma de la existencia moderna en cuyo seno la idea de acceso universal y por ello mismo de democracia configura una esencia hecha de fugacidades, negociaciones, conflictos, sucesos, tránsitos, percances, derivas…
Dicho en otras palabras: en la calle cualquier cosa puede suceder.  De la emergencia a la revuelta, del flechazo a la caída, de la fiesta al horror… Este espacio abierto a toda suerte de especulaciones prácticas también es un escenario para la circulación de ideas e información y para el ejercicio de la autonomía en sus más altas significaciones.
Por ello no resulta raro que a veces se convierta también en el lugar donde las agitaciones sociales alcanzan su máxima expresión, tal como ha quedado demostrado en los acontecimientos  recientes de Túnez  y Egipto, que seguramente no serán los últimos. En ese caso la calle funciona en su sentido más primigenio: ser el espacio en el cual se dirimen las cuestiones fundamentales de la existencia humana.
Y la miseria, el hambre, la violencia así como  el hastío, el asco,  la indignación de la gente por la iniquidad de sus gobernantes son un germen  prolífico para unir cuerpos y voces, para lograr esa conjunción de intereses que provocan manifestaciones, revueltas, transformaciones contundes. Allí, en la calle, las mujeres y hombres de a pie, tocados por el infortunio ocasionado no por el azar sino por dirigentes perversos, encuentran el lugar apropiado para expresar su inconformismo  a sabiendas de que no se están solos en ese acto de protesta cuyo contenido agita las manos y las conciencias.
Y mañana, en otras esquinas del mundo, la gente saldrá a la calle  de nuevo porque sólo en ella puede agitar la bandera del inconformismo, de la rabia. Sólo en sus recorridos y trazos se puede pensar en una noción de democracia real más allá de los intereses mezquinos de unos cuantos. Y es justo por eso que los administradores de la urbe tanto le temen; para ellos  es un lugar peligroso, oscuro, que debe ser controlado, vigilado y esterilizado del virus de la revuelta. Por fortuna esas intenciones de domesticación no pueden acabar con el espíritu libertario de ese espacio público por antonomasia.
En el fragor de la calle se tejen y consolidan las transformaciones de la ciudad y sobre todo, de aquellos seres que la habitan, la sueñan, la padecen, la recorren.  La calle es nuestra, gritan hoy las voces opacadas del mundo.
*Antropóloga y poeta
Columna semanal, diario El Líder

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