Tormenta de verano
Eran casi las cinco de la tarde. De repente el horizonte se tintó de carámbanos negros hacia el norte. Se escucharon truenos leves. "Va a llover. Mirad cómo se ha puesto el cielo". Dije a mi hija mientras me asomaba al balcón.
El viento empezó a soplar con fuerza haciendo mover las antenas de los terrados y las ropas de colorines que aún había en algunos tendederos (imagino que nadie esperaba una tormenta tan contundente a estas horas del día).
"Ya caen un par de gotas". Y dicho esto las nubes se rompieron con una violencia inusitada. Todo se tornó blanquecino y la visibilidad apenas permitía ver algunos edificios cercanos. El viento hizo surcos magníficos sobre los terrados y las antenas se arrodillaron sumisas ante su furia. Una semipenumbra lo invadió todo. Un momento después empezó a caer granizo. Piedras blancas que volaban hasta nuestro balcón y se estrellaban en el cristal de la puerta desde la que, mi familia y yo, contemplábamos un espectáculo tremendamente hermoso.
Era extraño. Los tres inmóviles detrás del cristal observando en silencio una presentación fabulosa y terrible -he ahí la antinomia- de la naturaleza. Mudos contemplando su contundencia, su poder, su belleza letal ante la cual sólo podemos replegarnos, someternos y, a veces, en ciertas condiciones, recrearnos.
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Fotos: Marthacé
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Saludos.