Insomnio*
Martha
Cecilia Cedeño Pérez
Poeta
y antropóloga
“De
fierro,
De
encorvados tirantes de enorme fierro, tiene que ser la noche,
Para
que no la revienten y la desfonden
Las
muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
Las
duras cosas que insoportable la pueblan…”
Con estos versos empieza un
excelente poema del maestro Borges cuyo título es toda una revelación: la
insondable presencia de la vigilia cuyo abrazo letal nos confina en un mar de
pensamientos, de sensaciones y de angustias.
La imposibilidad de dejarnos caer en las profundidades del sueño para
escapar de esa realidad abarrotada de murmullos casi siempre opacos. La presencia de un Dios perverso que nos
priva de las bondades del inconsciente.
¡Máximo castigo que nos quiebra los ojos y la razón!
Cuando el insomnio nos
abraza, Cronos se alarga de manera desmesurada con sus segundos, sus minutos,
sus horas transformadas en siglos o en instantes eternos de angustia. Y mirar
el reloj sobre la mesita de noche es una tortura o, peor, un acto de
masoquismo. La constancia absoluta de
que estamos pagando una condena que no nos merecemos. ¿Qué he hecho yo para
estar despierta a estas horas de la madrugada? Pregunta de claro tinte
judeocristiano de pecado-castigo que, sin embargo, permite rebelarnos contra lo
inasible.
Hay una cosa aún más grave:
en la vigilia los pensamientos se arremolinan en la nuca y en el entrecejo. Se
apropian de nuestra cabeza y nuestro ser. Nos arañan con sus garras para
expropiar recuerdos. Nos extorsionan con
sus imágenes reiterativas que vienen y van. Invaden cada uno de nuestros espacios y tensan
nuestros nervios en cada giro, en cada postura sobre la almohada convertida en
una roca movediza.
Y de nada sirve ejercitar la
respiración, asomarse al balcón, leer un libro o ver una vieja película:
Insomnio sigue allí despierto. Achacamos su contundencia a la luna llena. O al café de la tarde, a los golpes de la
cotidianidad, al fragor del clima. A cualquier cosa que justifique nuestra
inoperancia en las artes del buen dormir.
A veces Insomnio es buen
consejero y mientras nos acompaña podemos crear mundos, versos, músicas,
amores… forjar lo inimaginable. Aunque siempre hay una realidad: los ojos
marchitos con sus sombras oscuras en el rostro.
Insomnio es, según Borges, “temer y contar en la alta
noche las duras campanas fatales, es ensayar con magia inútil una respiración
regular, es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado, es
apretar los párpados, es un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es
la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace muchos años, es
saberse culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en
el sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y seguir siendo,
es el alba dudosa”.
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