Lo que el Quimbo se llevará*


Hace poco tiempo aprecié en Facebook un vídeo que el periodista Melquisedec Torres compartió en red. Se trataba de un testimonio duro y conmovedor sobre las implicaciones silenciosas del  embalse de El Quimbo, un proyecto hecho a la medida de la voracidad de los empresarios y  los políticos. Un  contubernio perverso en países como el nuestro en donde lo que menos importa es el bien común.

En dicho reportaje las personas más afectadas por dicho esperpento (pescadores, pequeños campesinos, gente sin recursos) hablaban con profundo dolor  sobre lo que significa abandonar a la fuerza su mundo conocido, el lugar de la experiencia cotidiana, el espacio en donde han trazado su recorrido vital con  sus sumas y sus restas.
Ellos y ellas cuyas voces son opacadas por los destellos de un proyecto que aumentará las arcas sobre todo de la transnacional Emgesa, la punta del iceberg de la segunda colonización española, son las verdaderas víctimas de este tinglado. Unas víctimas sin poder, sin recursos, sin presencia en ningún sentido de la palabra.  ¡Qué importa arrancarlas de su lugar!  ¡Qué importa anegar sus tierras para borrar también los perfiles de su pasado, su presente y su futuro!  ¡Qué importan sus voces de descontento y la de todas aquellas personas que resisten y luchan cada día para que ese proyecto no se lleve a cabo!
Y más allá ¡Qué importa inundar una de las mejores tierras del Huila si en el destello de sus futuras aguas plateará San Dinero para unos cuantos escogidos, los mismos de siempre!  ¡Qué importa la transformación del paisaje, el exterminio de la fauna y de la flora, el arrasamiento sin contemplaciones de una tierra hermosa y próspera!
Nada de esto importa  ni tiene sentido para quienes desde las alturas del poder establecen los derroteros generales del bienestar no del común como se supone en la democracia, sino del particular, es decir, el de sus bolsillos.  Ni el ecocidio, ni la violencia empleada para sacar a la gente de su parcela y su modo de vida, ni el clamor de miles de ciudadanos y ciudadanas opuestas a la realización de este arrasamiento humano y paisajístico.
La urdimbre de intereses políticos y económicos parece imperar una vez más sobre aquellos de las personas y los grupos humanos.  En nuestro país bajo la excusa del desarrollo se han cometido y se cometen las atrocidades más delirantes.  Y gran parte de la violencia que vivimos desde hace muchísimo tiempo deviene de esa particular manera de trabajar por “el bien común”.
Ojalá que las voces y las movilizaciones de la gente del Huila y otros lugares, sea escuchada. Ojalá que la presión social provoque la   paralización de las obras y la anulación de un proyecto sin respeto  por la vida ni el territorio.
Me sumo a la proclama de la plataforma contra este proyecto: ¡El Quimbo ni se expropia, ni se inunda, ni se vende!
*Mi columna de esta semana en El Líder 

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