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La mirada

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Una de las cosas más interesantes con las que una se puede encontrar al estudiar el espacio urbano - o sólo al trasegarlo- es la gestión de la mirada. Si, la manera como la administramos para orientarnos y para emitir señales que permitan los tránsitos fluidos de los/as copresentes en un espacio dado. Gestionarla de modo tal que se convierta en un mecanismo de comunicación básico y no en lo contrario, esto es, en un marco de ambigüedades. Goffman llamaba muy lúcidamente a esa capacidad de gestión que todas las personas tenemos "inatención civil", que no es otra cosa que utilizar la mirada cómo una prótesis para la convivencia. Mirar de manera educada y correcta para no incomodar a quien se tiene delante cuando se cruza una calle, cuando se va en el metro o se comparte un banco, etc. Pero la línea de la inatención civil es muy fácil de cruzar. Para el caso quiero hablar sobre una experiencia personal. Esta mañana, tuve que desplazarme hasta una calle céntrica de Barcelona para

Maravilla del primer día de junio

De repente una palabra lúcida, transparente y eterna. Infinita como los recuerdos que se agolpan esta mañana de junio. Profundos lazos se avizoran en la lluvia tímida que cae sobre los tejados. Pequeñas gotas de agua se deslizan por la memoria: Hay una sonrisa transparente y una cruz enorme sobre la ciudad esquiva y enamorada a la vez. hay pétalos en mis manos Y 18 años. Hay un recorrido de besos Y placeres negados… Tus palabras han excitado mi alma me he quedado sin voz, sin aliento la memoria toda se llena de ti.

Indicios

Hay una huella más allá del tiempo y una ventana que mira a la mar con su azul ausente y su ojo cuadrado. De la ciudad a tus manos sólo hay cuerpos en agitación perpetua y ojos buscándose. Amaranta Güell, Barcelona 2006.

La antropología y el gallo (Parte II)

El canto del gallo duró poco. A los cuatro días de haber colgado la nota anterior dejé de sentir esa voz de tenor aviar. Y experimenté un poco de tristeza porque de alguna manera me parecía extraordinario que en esta veciendad se pudiese escuchar ese eco del pasado. Eco, que según me contaban algunos vecinos inmigrantes andaluces y almeriences que vinieron en la década de los 60 y 70 a esta ciudad, era muy común entonces. Me decían que, tal como ocurre en Colombia y otros países latinoamericanos, los recién llegados cargaban con el perro y las gallinas y que muchos tenían hasta cerdos en sus patios. Llegaban con el campo a cuestas, con sus costumbres, con sus estilos de vida. Pero la ciudad se verticalizó y sus habitantes se hacinaron en edificaciones sin patios y sin árboles. Los niños dejaron de jugar en la calle y los coches ocuparon los espacios... Fueron quizá 10 o 15 días. Un breve lapso en que el canto del gallo nos provocó una sonrisa de incredulidad y sorpresa y también de ale

La antropología y el gallo (Parte I)

Aquel tópico que habla sobre las mujeres y las dificultades que tienen para conciliar vida familiar-laboral-creativa casi siempre se cumple. Quizá por ello muchas pensadoras, literatas, científicas, etc. nunca tuvieron hijos ni una carga familiar asfixiante. Y las que se decidieron por la maternidad por lo general eran féminas acomodadas que podían pagar a otras mujeres para que ayudasen en el cuidado de los hijos y para que realizacen los desagradecidos y aburridores trabajos domésticos. No es mi caso, por supuesto, ni el de miles de mujeres que hacen malabares para ejercer su autonomía personal y profesional a la vez que son madres. Por ello quizá, muchas de nosotras tenemos que recurrir a aquellos intersticios que se producen entre actividad y actividad. O simplemente le robamos horas al sueño para poder escribir, leer o realizar cualquier otra tarea intelectual. No es lo más adecuado para, por ejemplo, dedicarse a la escritura de aquella novela comenzada hace años o al tallereo de

Crónica de un viaje en AVE

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El tren partió justo a las 7:30 de la mañana de aquel lunes de principios de abril. Con la expectación normal por mi primer viaje en AVE me acomodé en el asiento mientras hacía un recorrido visual por el espacio y sus ocupantes. Considerable distancia entre los asientos, suelo tapizado y una pantalla general justo al frente que permite observar la hora, el tiempo y la velocidad que poco a poco se aproxima a los 300 kilómetros por hora. Es como si voláramos. Le dije a Bety mi amiga y compañera de asiento que también se bautizaba en este tipo de transporte. En cuanto a la gente, mi primer análisis global -fijándome en las apariencias y en las conversaciones- me permitió hacer una clasificación a priori : algunos políticos que hablaban del congreso de diputados y sus "majestades", una mujer mayor que minutos antes había llegado acompañada a la estación por un hombre joven, algunas mujeres de mediana edad solas (por su fachada parecían ejecutivas que viajaban a Madrid por razones

Anuncio de buen tiempo

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Es un día para salir de casa Tomar el metro y bajar En cualquier esquina Sin pensarlo Sólo por un golpe de azar. Oler las calles en salmuera Y mirar el cielo oxidado Y adivinar su azul dormido En el horizonte. Observar como al descuido La gente que pasa Con sus incógnitas en la piel. Es un día para ser gusano Cuerpo transparente Con sus sentidos excitados. Martha Cecilia Cedeño Pérez Marzo de 2008.