Al Sur, al Sur, al Sur...
¡Los días pasan tan veloces cuando se está en armonía! Y una manera de estarlo es volver a este país maravilloso –mi bello país herido, lastimado y olvidado por los dioses-. Llevo casi 20 días aquí y me parece que llegué hace un instante. Así he descubierto una Bogotá digna, iluminada por los cerros enormes y por unas ganas ciertas de ser una metrópoli de referencia. Una ciudad que cuando amaina la lluvia se convierte en una magnífica expositora de la luz y el color. Una urbe que ha vuelto sus ojos también hacia su zona antigua, allí se yergue La Candelaria con sus calles empinadas y sus casas amplias y acogedoras donde seguramente deambulan seres prodigiosos que aman y sueñan mientras beben un vino caliente con frutas o un canelazo que enciende el alma y el cuerpo. Pasear por algunas calles y parques de Bogotá es sentir su olor de hierbas húmedas y perderse entre el verde de las montañas y el cielo bordado por nubes de formas inverosímiles o por un azul intenso cuando el sol respland