El hombre del bar
No recuerdo cuándo fue la primera vez que lo vi pero si la última: hace dos semanas. Su figura recostada en la puerta de la entrada del bar acompañó mis rutas diarias desde que mi hija cumplió dos años y empezó su periplo estudiantil. Cada día veía su rostro sonriente y sus ojos despiertos mientras fumaba un cigarro o hablaba con alguna persona conocida. Era simpático y entrañable aunque sólo nos conocimos de vista. "Buenos días", "Buenas tardes" en otoño, invierno, primavera y verano. Y siempre tenía una palabra de cariño para mi niña, sobre todo cuando era más pequeña: ¡Adiós guapa! ¡Cada día estás más grande! ¡No crezcas tanto! ¡Adiós bonica! ¿No estás muy mayor para que tu madre te lleve en brazos? Alguna vez mi hija me preguntó “Mama: ¿Por qué siempre os saludáis con ese hombre? ¿Sois amigos?" Jamás supe su nombre. Pero no necesité intercambiar más de dos palabras para ver la transparencia de su ánima. Aún sin hablar con él intuí que había emigrado, c