La tierra en Colombia: entre la sangre y la esperanza

Por: Martha Cecilia Cedeño Pérez*
Hace algunos días pasaron en la televisión española un informe sobre el problema de la tierra en Colombia. Allí presentaron el testimonio de varias mujeres y hombres víctimas del despojo por parte de los actores de la guerra. Personas humildes y trabajadoras que un día tuvieron que abandonar su parcela, su vida, sus ilusiones por obra y gracia de los grupos de salvajes que asolan nuestros campos y pueblos.
En ese mismo informe se mostraba cómo ya son más de cuatro millones las personas desplazadas y más de cinco millones de hectáreas las usurpadas a los campesinos y campesinas. Cifra que por otra parte difiere de la presentada en el último informe del Programa de Protección de Tierras y Patrimonio de la Población Desplazada (PPTD) publicado en enero de 2011 que habla de más de ocho millones de hectáreas sustraídas  impunemente a la población rural. 
Cuando vi dicho reportaje no pude de dejar de recordar a mi propia familia. A mi padre que a finales de la década de los años 70 tuvo que abandonar su finca de Belén de los Andaquíes por voluntad de un grupo de delincuentes. Así, ante las notas amenazantes, las intimidaciones, las reses muertas y, sobre todo, el miedo por la seguridad de su prole no tuvo otro remedio que vender por cuatro pesos su parcela y emigrar.  Dejar abandonada la tierra en la que  había puesto sus ilusiones, sus esfuerzos, su sudor y su aliento.  Abandonar por siempre ese fragmento de vida que jamás recuperó.
Y es que el problema de la tierra en Colombia viene de lejos. De hecho la mayoría de los  conflictos del siglo XX y XXI tienen su origen en la tenencia de la tierra que no sólo es clave en la productividad de la economía rural sino que históricamente ha sido una gran fuente de poder político y por ello mismo de conflicto social. 
La situación de guerra permanente que ha vivido el país en los últimos 50 años  ha dejado en un profundo estado de vulnerabilidad al campesinado, por no decir, en una crítica situación humanitaria. Pues éste ha sido casi siempre víctima inerme de una guerra atroz en la que entre otras cosas, la élite pretende defender su poder político y económico a costa los derechos fundamentales, económicos, sociales, culturales y ambientales de quienes trabajan y viven la tierra.
Y la solución a esos graves problemas pasa por una reforma agraria de amplio espectro que asegure una repartición justa de la tierra y brinde unas condiciones de vida dignas a toda la población rural.   El programa de  restitución de tierras a las víctimas del despojo es un primer paso en ese sentido; no obstante, si no se acompaña con políticas serias para modificar la estructura de la tenencia de la tierra en nuestro país,  no servirá de nada.
Fotos:
1. Paisaje desde el coche trayecto Pitalito - San Agustín
2 y 3. Heliconias y frutos de café en el Parque Arqueológico de San Agustín 
4. Finca típica de la zona sur del Huila, Parque Arqeológico de San Agustín
(Marthacé, septiembre de 2010) 
*Columna semanal periódico EL Líder, Caquetá, Colombia

Comentarios

Juan Carlos Garrido ha dicho que…
Un drama cotidiano que, por repetido, no resulta menos terrible.

Resulta significativo que sea poco más de una hectárea el terreno usurpado a cada campesino, prueba de que son los más humildes minifundios los que están sufriendo el latrocinio.

Saludos.

Entradas populares de este blog

Caracola, un poema de Federico García Lorca

Tres poemas de Eduard Sanahuja

"El sabor de la nada": un poema de Charles Baudelaire