CUANDO LA MUERTE ES UNA
IMAGEN*
Martha Cecilia Cedeño
Pérez
Abro
los diarios digitales colombianos y me encuentro de lleno con una imagen
contundente: la de un cadáver con los ojos abiertos, la boca girada hacia el
lado izquierdo en una mueca de risa siniestra y el rostro hierático totalmente
afeitado. Y a un costado de esta fotografía aparece otra: la de un hombre con
gafas y espesa barba tan negra como su
pelo, vestido al estilo militar que en ese justo momento parece hablar con
alguien. El fondo de la imagen está diluido pero hay tonos verdes, muchos tonos
verdes. Sin duda fue hecha en la selva.
Hace
pocos días me sorprendí con una imagen similar. El rostro hinchado y
ensangrentado de un cadáver expuesto sin tapujos en las primeras planas de los
principales diarios de España y el mundo.
La confirmación exacta de la batalla contra el mal. El registro fehaciente del triunfo de la
bondad universal.
Y
entre esas imágenes hay otras que se agolpan en mi cabeza sin conmiseración. De
crímenes, atentados, accidentes… Y todas tienen algo en común: se despliegan
con descaro para que sean devoradas brutalmente por los ojos de quienes las
contemplan. Y los mirantes, todas y
todas, participamos en un acto de necrofagia, alentados por el peso de la
morbosidad, el señalamiento, el horror, la condena… Asistimos indemnes al
banquete de la muerte ajena. Y podemos condolernos, asustarnos y a veces imaginar
la magnitud del desastre, la anchura del terror. Todo esto sin dejar de comer, de reír e
incluso de creer en Dios.
Pero
hay imágenes de imágenes. Las dos que he mencionado anteriormente tienen un rango superior porque corresponden a
seres que en vida pertenecieron al mundo de los “malos”, de los completamente
“malos”. Hombres siniestros sin ningún
atisbo de humanidad. Tiranos,
sanguinarios, guerrilleros, seguidores del gran putas. La crueldad hecha hombre. No importa si
alguna vez estuvieron vinculados así
fuese someramente al mundo de los “buenos”. Por alguna extraña razón estos
especímenes fueron confinados en el
reino de la maldad por los siglos de los siglos.
De
ahí la importancia de mostrar hasta la saciedad sus rostros vencidos e
impasibles que ya no pueden horadar el sistema de seguridad local, nacional y
mundial. Cuerpos fracturados expuestos sin miramientos como constancia del
triunfo absoluto de la razón, la justicia, el bien. Cuerpos ateridos de seres malvados
merecedores de todos los castigos habidos y por haber pues sus horrendos actos
sólo se pueden juzgar con la muerte. Pero no basta acabar con ellos: hay que
exponerlos como trofeos y, sobre todo, como advertencia. En este mundo sólo hay
cabida para los “buenos”.
Cuando
la muerte es una imagen todos nos convertimos en sus cómplices.
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*Columna de esta semana publicada en el diario El Líder
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*Columna de esta semana publicada en el diario El Líder
Comentarios
(Te recuerdo, me dijiste que lo hiciera, que el día 17 es la presentación de mi libro. Ya sabes, a las 19'30 en +Bernat, C/ Buenos Aires, 6)