Una mujer de madrugada
Desde hace 15 días hago una cosa que jamás había hecho: caminar de madrugada por las calles solitarias de la ciudad. Es una sensación al mismo tiempo agradable e inquietante. Agradable porque experimento una especie de libertad, de amplitud, de independencia, al conquistar un tiempo -la noche- y un espacio -la calle- que siempre ha sido problemático para las mujeres. Y de inquietud porque una mujer que camina sola a las dos y media de la madrugada es, cuando menos, inquietante, una figura liminal, fronteriza; un ser ambiguo que se mueve en ámbitos difusos. ¿Quién es esa? ¿Qué hace a esta hora de la madrugada? ¿Qué busca? Es decir, nos pone en una situación doblemente problemática pues por una lado nos convertimos en el punto de mira de los otros ocupantes de la calle (hombres, por supuesto), que perversamente se abrochan el derecho de mirar sin contemplaciones, y por el otro, sentimos miedo porque se pueda vulnerar nuestra integridad física. Pero además porque muy en el fondo aún senti...