"La interracialidad" (II parte): una historia en el Metro

A Pilila

La palabra interracialidad como tal no existe, o al menos no el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Existe interracial que según dicho organismo es un adjetivo que se refiere a lo "que está integrado por individuos de razas distintas o que se produce entre ellos. Tropas interraciales. Problemas interraciales". Como el término raza está bastante rebatido entre los antropólogos y demás estudiosos de lo social, me parece que convendría mejor usar el término "interétnico". Algo así como las "relaciones que se establecen entre individuos de diversas etnias y procedencias".

Pero mi intención no es hablar de las implicaciones de esos términos sino contar una historia de la que fui testigo en un viaje de metro. Algunas y algunos de vosotros ya conocéis mi espíritu voyerista, en el sentido de estar siempre observando, mirando con ojos escrutadores todo lo que pasa alrededor. Y como lo he dicho en una entrada anterior, es en el espacio público y semi-público donde mejor se puede ver ese mundo que se explaya ante nuestros ojos, mundo efímero que sin embargo se convierte en un componente indiscutible del lazo social.

Aquí va la historia:
Lunes 11:20 de la mañana. Salgo de la entrevista de trabajo en un despacho de la calle Marina. No quiero agarrar el metro inmediatamente porque me supone hacer un trasbordo en la Sagrada Familia (sí, donde está situada la emblemática obra de Gaudí), así que decido caminar hasta allí porque hace un día espléndido que invita a pasear y detenerse en esos detalles urbanos que a veces pasan desapercibidos; además quiero despejar la mente después del nudo neuronal que me dejó la mujer aquella del monólogo. Camino despacio y de repente me siento feliz. Me gusta esta calle y su contexto, la gente que va a mi lado, el cielo azul y hasta el viento frío. Llego a la estación y bajo para agarrar el metro. Valido el ticket y me dirijo al andén donde llegará el tren. Hay poca gente. Me siento y saco Sostiene Pereira (el bello libro de Tabucci que últimamente releo sin compasión). Llega la máquina. Ah, es la nueva ¡qué bien! (están renovando el parque del metro y ahora hay unos trenes muy guay, como diría mi hija Luna). Subo y tengo una sensación extraña. Sobre la puerta hay una franja violeta con unas estaciones que no son las de casa. ¡Mierda! me he equivocado. La puerta del tren no se cierra. Alcanzo a bajar (imagino que la pareja que iba en uno de los asientos se ha dado cuenta de mi despiste). Claro, la línea azul está al fondo, tal como lo marcan las flechas de la pared de la estación. ¡Vaya despiste! Sigo la flecha y llego al lugar correcto. Hay mucha gente esperando y los bancos están ocupados. Así que me quedo de pie mientras observo al descuido la pantalla de televisión -pasan el tiempo que hará hoy en Barcelona. Sol y frío, está bien. Viene el metro. Subo. Abro un camino entre cuerpos que parecen negarse al movimiento. Hay un espacio al fondo así que me pongo ahí, haciéndome más delgada de lo que soy.

"Diagonal", dice una voz metálica que anuncia las paradas. Aquí se bajará mucha gente. Si, y se sube otra. Suben hombres y mujeres de todas las edades y colores. Se acomodan mientras observo cómo lo hacen. Hay una mujer negra que se fija en las estaciones que están pintadas sobre la puerta, una pareja de jóvenes que se apretujan sin disimulo, un hombre alto y de ojos claros con una americana azul profundo (no se por qué me recuerda a G. Clooney), una señora de pelo rubísimo con una bolsa de compra, una mujer con un carrito de bebé, una estudiante con una carpeta de la UAB... Gente común y corriente que comparte un mismo espacio y tiempo.

"Hospital Clinic". Ahora me fijo en la mujer negra. Mucha gente lo hace, quizá porque lleva un buen rato señalando con el dedo las paradas que están marcadas en la puerta, lo que significa que está de espaldas. Eso es. La mujer es alta, tiene el pelo largo hecho en trencitas y reunido en una coleta. Está de espaldas y de ella sólo vemos su culo enorme (culo de negra, pienso y perdonarme esta expresión que solamente pretende ilustrar una característica anatómica muy acentuada en los hombres y mujeres negros). Si, los hombres mayores que están a su lado se fijan en ese componente físico y algunas mujeres también.

"Sants Estació". Baja mucha gente y quedan algunos asientos libres en este vagón. La mujer se dirige a uno de ellos y el hombre del bigote también. Ha decidido un abordamiento sin cotemplaciones, pienso. Decido quedarme de pie para poder observar bien la escena y estudiar los movimientos del hombre. Es un depredador, no cabe duda. Un viejo zorro. El hombre está muy cerca de la mujer y la mira de manera descarada. Me parece observar que su corazón late a mil por minuto, hasta creo ver cómo se mueve su chaqueta marrón y hasta escucho su respiración entrecortada.

"Plaza de Sants". Sigo observando con curiosidad y disimulo a la espera del momento en que el hombre decida atacar de lleno. El depredador la sigue mirando aunque de vez en cuando mira para otro lado, para disimular quizá. Ahora me fijo en la cara de la mujer. No tiene más de 29 años y lleva gafas. Es una mujer hermosa, de boca y labios generosos. No estoy segura si ella se ha dado cuenta de que este señor la está observando, aunque creo que sí, las mujeres siempre nos percatamos de esas cosas. Ella mira hacia el lado donde está el hombre pero evita detenerse en esa cara que lleva allí, a su costado. Hace como si no existiera. No cabe duda: ella ya se ha dado cuenta del acecho y el hombre está próximo a dar el siguiente paso.

"Badal". La mujer bosteza y el hombre la mira. Madre mía llegó el momento. Sus miradas se encuentran. ¿Tienes sueño? Pregunta el hombre sin contemplaciones y yo descanso. Si, porque estaba tan tensa como él, esperando el momento en que se decidirá a abordar a la joven. Ella le mira y le responde algo. En esta parada han quedado los dos asientos contiguos a la pareja vacíos. Me siento en el que está en el costado. Ahora se ríen, me pareció oírle al depredador algo relacionado con el sueño que le hizo gracia a la chica. ¡Ostras! Imagino: este hombre estará casado hace más de 40 años con una mujer de pelo rubio que le espera en casa. Ella estará viendo el programa de Ana Rosa, tan tranquila y el tío en estas lides....

"Collblanc". El hombre mayor hace el gesto de levantarse quizá porque imagina que la mujer lo hará. Pero no, ella se queda tranquila en su asiento. El le pregunta si esa es su parada y ella responde "no, es Pubilla Casas! La chica tiene acento caribeño. Sigo escuchando fragmentos de conversación que intento recomponer, él le ha preguntado que si la puedo acompañar y ella dice que no es necesario, que vive hace más de 15 años aquí y no se perderá. Pero lo dice sin contundencia como aceptando la proposición del hombre. Ella lo mira, parece no disgustarle la atención del viejo. Al contrario, me da la impresión de que le gusta y que todo el tiempo no ha hecho más que atraer su atención. Estoy segura que bajarán juntos y después, quizá, él la invite a tomar un café...

"Pubilla Casas". La mujer coge el bolso y se levanta, el hombre hace lo mismo. Se abre la puerta y bajan. En el andén les observo titubear un poco sobre la dirección a tomar, luego agarran la salida de la calle Joseph Molins. El tren reanuda su marcha y alcanzo a verlos mientras caminan lentamente. El hombre ríe y sus ojos brillan como ascuas...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Caracola, un poema de Federico García Lorca

Tres poemas de Eduard Sanahuja

"El sabor de la nada": un poema de Charles Baudelaire