Martes 13

¡ESTOY INDIGNADA! ¡NO HAY DERECHO! ¡ES UNA VERGÜENZA!
Acabo de llegar de la Subdelegación del Gobierno Civil de Barcelona donde, después de una odisea interminable, pude tramitar mi autorización de regreso porque viajo la semana que viene a Colombia. Un trámite que se realiza en 5 minutos y para el que tuve que hacer un cola de 9 horas. Estoy muy enfadada, muy "cabreada" como se dice vulgarmente aquí. Os cuento la historia para que os hagáis una idea de la manera como tratan a los extranjeros no comunitarios en España:
A las 8 en punto de la mañana llegamos a la sede de la Subdelegación de Gobierno en la Barceloneta. Hace fresco y se siente el salitre en la cara porque justo a 10 minutos de allí está la playa y sus chiringuitos con guiris (turistas comunitarios) hambrientos de sol. Hay 323 personas delante de nosotros y todo el día por delante. "A las 11 o 12 ya habremos salido", escucho a una mujer que le dice a su acompañante. La cola apenas se mueve. A las 9 hemos avanzado 5 metros. Algo es algo. Pasa una mujer apuntando a los que estamos en la cola, nos toca el número 323 y 324 respectivamente.
A las 10 hemos avanzado apenas nada y empezamos a mirar hacia adelante donde unos hombres se quieren colar. La gente les grita y los obliga a salirse de la cola. Todavía hace un poco de fresco aunque el sol empieza a ponerse justo encima de los hermosos edificios donde están las oficinas de extranjería. Se siente un fuerte olor a cloaca y guardado, y por un momento recuerdo las calles oxidadas de la Habana Vieja. Huele igual.
Ha pasado otra hora y no nos hemos movido. "No es posible que no avancemos nada, llevamos desde las 6 de la mañana y esto no se mueve", dice una señora con acento ecuatoriano. Hace hambre y sed. Me siento en la acera de cara al sol donde otros hombres y mujeres ya están puestos. Me empiezo a impacientar porque he de pasar por mi hija al cole antes de la 1 de la tarde y seguro que no alcanzamos a realizar el trámite. Llamo al colegio para avisar que ella se queda al comedor.
A la 1 de la tarde nos hemos movido otros 5 metros. ¡No vamos ni en la mitad! ¡Esto no puede ser! ¡Es una putada! Alguna gente se va y otra saca los bocadillos para comer. Nos es justo que nos traten así. Tengo mucha hambre y mi marido me compra un bocadillo. Ahora el sol pega fuerte y hemos de protegernos la cabeza con periódicos.
A las 2 de la tarde estamos en el mismos sitio. ¡Esto no es posible! repito una y otra vez. Estoy muy enfadada. No es posible que este país trate así a la gente que viene a trabajar, a los hombres y mujeres que hacen los oficios que los nativos no quieren hacer, a los que con su esfuerzo están contribuyendo a la riqueza de este país... Esta ley de extranjería es una mierda. Todo el mundo pensaba que cuando el PP se fuera del gobierno las cosas iban a cambiar. Pero se han equivocado. En el gobierno "socialista" se ven las mismas cosas, las mismas colas de seres desprotegidos y a la intemperie, en todos los sentidos de la palabra. "Pagamos los impuestos, cotizamos a seguridad social, tenemos los mismos derechos y nos tratan de esta manera..." dice una bella chica con acento argentino.
Es verdad. Nos tratan como a ciudadanos de segunda. A las 4 de la tarde hemos avanzado otro poco y ya estamos dentro de la valla de la recta final. El sol calienta como un condenado. Hay unos hombres que se quieren colar. Un grupo de chicas les gritamos y no permitimos que lo hagan. "Me voy, me siento muy mal, esto es una mierda", digo y la voz se me quiebra. Estoy a punto de llorar. No hay derecho. Mujeres embarazadas, niños pequeños, gente mayor, hombres y mujeres en la más absoluta intemperie. Esto cada vez se pone peor. Vienen dos guardias de seguridad y nos dicen que no alcanzaremos a llegar, que nos vayamos. La gente no hace caso y se apretuja como puede para meterse dentro de la valla. Casi me hacen caer y siento que me voy a desmayar. Bebo un poco de agua. ¡Esto es inhumano! Dice la chica argentina que está detrás de mi. Otras mujeres opinan lo mismo. Todas decimos lo mismo.
Por fin, después de soportar sol, el olor de las cloacas y de las axilas de unos hombres árabes, los apretujones, las miradas extrañadas de los transeúntes (oiga, si señor, esto es la otra España: la de los extranjeros de segunda), llegamos a la puerta.
A las 5 menos 15 nos hacen pasar dentro. ¡Despúes de casi 9 horas! ¿No sería más fácil que saliera alguien a dar los turnos? ¿Por qué no ponen más empleados? ¿Por qué no se inventan otro sistema para que la gente pueda hacer sus trámites sin hacer esas colas eternas? ¿Por qué no empiezan por tratar a la gente que llega de una manera más humana?
A las 5 y 30 tengo el papel la autorización en la mano, han tardado en hacerlo 5 minutos. NO HAY DERECHO. ESTO ES UNA VERGÜENZA. ¿ANTE QUÉ ORGANISMO PUEDE UNA DENUNCIAR ESTO? Por lo pronto escribo en caliente y con rabia.
Yo hice la cola porque me negué a pagar 70 euros a un abogado para que me hiciera este trámite. Es que, paradógicamente, aquí reina la doble moral: tratan a los inmigrantes como a ciudadanos a medias pero se enriquecen con ellos. Así ganan las empresas, los buffets de abogados, todos los que hacen negocio con las necesidades (o desgracias) de otros...
NO PUEDO QUEDARME CALLADA. !ESTO ATENTA CONTRA LOS DERECHOS FUNDAMENTALES! !ESTO ES UNA VERGÜENZA! ¡OH, ESPAÑA, QUE PENA QUE PASE ESTO AQUÍ, TU QUE HAS SIDO UNA VIEJA EMIGRANTE POR NATURALEZA!
Martha Cecilia Cedeño Pérez
Barcelona, junio de 2006.

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