Torre Agbar de Barcelona del arquitecto Jean Nouvel
Foto: Martha C. Cedeño Pérez
Ad portas de un viaje a los míos y de cumplir un año más (o un año menos, según el estado de ánimo), vuelvo a recorrer la ciudad y sus rincones. Vuelvo a las calles de siempre, las ramblas plenas de cuerpos, las esquinas perfectas, las nuevas edificaciones que cruzan el cielo de esta ciudad antigua y nueva. Ciudad en construcción donde pugnan intereses de toda laya pero que hoy sólo veo con ojos de sorpresa.

Y vuelvo a encantarme con esos lugares casi olvidados que un ángel oscuro me lleva a conocer: turons espléndidos e intersticiales en medio, al costado, al final de la ciudad. Puntos claros desde donde la urbe es una manta arrugada, una pintura imperfecta, una prolongación de las contradicciones humanas. Paisaje de luces y sombras con un cielo plomizo y azul. Ciudad mágica donde todo es posible, hendija por donde se escapa la vida cotidiana para ser otros y otras...

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