Ángela

Angela es alta, tiene labios carnosos y un cuerpo armónico de curvas vertiginosas. Camina ritmicamente por las calles y mientras lo hace muchos ojos la miran, la recorren, la inquieren. Ella se desplaza despacio, segura, con la frente altiva. Parece no importarle que todos y todas se fijen en su figura aunque, en el fondo, le gustaría pasar desapercibida. Le encantaría poder ejercer el derecho a la indiferencia, al anonimato, a que nadie repare en ella; a ser un cuerpo más que se desplaza entre los vericuetos de la calle, del parque, de las esquinas...
Porque Ángela es como cualquiera. Trabaja, compra en el super, se pone camisetas de Zara, decora el piso con Ikea (¡la república independiente de tu casa!), y lleva a su hija al parque. Bueno, a ella también le gustan las tapas y durante el verano se sienta en una terraza de barrio y disfruta de unos chocos, unos boquerones, un cochinillo. Angela hace las mismas cosas que hacemos todos y todas. Ah, se me olvidaba decir que a Ángela también le descuentan el IRPF... bueno, trabaja y contribuye al desarrollo del país. Pero Ángela no puede, no debe, pasar desapercibida...
Ayer, Ángela, fue hasta un conocido centro comercial. Allí se encontró con unos amigos y realizó algunas compras para su hija. Después de un rato decidió volver a casa. Estaba un poco cansada, así que lo mejor era coger el metro, pensó. Angela caminaba con parsimonia; las bolsas que llevaba en la mano se balanceaban al compás de sus pasos. El viento movía con delicadeza su pelo negrísimo que horas antes la peluquera había puesto en su sitio. Ángela, estaba contenta, en casa la esperaba Mireia, su nena. ¡Seguro que le quedarían preciosos los jerseis que había comprado para ella!.
Angela llega a la estación y baja los escalones con cuidado (había llovido hace poco y estaban todavía mojados). De repente una voz altisonante la detiene.
-Quitate de aquí, negra, déjame pasar. Ángela levanta la mirada y observa a una mujer de unos 60 años, con el pelo teñido de rubio y unos ojos marrones vidriosos.
-Señora, pase usted por ahí. Dice señalándole el gran espacio que hay justo a la derecha de la mujer.
-¿No me vas a dejar pasar?
-Pero si tiene usted todo ese espacio, señora. Yo estoy bajando por la derecha, por mi derecha.
La mujer chilla y mientras lo hace un hombre que la acompaña -seguramente su marido-, se abalanza sobre el cabello de Ángela, tirándolo con fuerza.
- Por que no os marchaís a vuestro país, negra. ¡Iros todos de aquí!
Grita el hombre descompuesto mientras los demás transeúntes miran la escena, miran a Ángela como si no pasara nada.
-Vamos a llamar a la policía, negra miserable. Fuera de aquí todos vosotros. ¡No os queremos!
Ángela se defiende como puede. Mueve las bolsas alrededor suyo para protegerse y gira hacia su izquierda para soltarse de las manos del hombre que tira con fuerza su pelo (Ángela recuerda que en la mañana se ha puesto las extensiones y le han costado mucho), cuando lo hace deja el espacio a la mujer que la mira con odio mientras lanza toda clase de improperios sobre la chica.
Una vez libre de la acción de la pareja de desquiciados, Ángela acaba de bajar los escalones con rapidez. Le tiemblan las piernas y la voz. Se siente vulnerada, vejada, impotente. No acaba de entender la situación, la agresión inesperada que ha sufrido sin más. Sin buscarla. Sólo por ser. Ángela no puede evitarlo y llora. Y siente la mirada acusadora de la gente, sus ojos plenos de desdén.
Ángela llora.
Ángela quisiera caminar por las calles sin que nadie la viera, Ángela piel de azabache quisiera ser invisible, Ángela mujer quisiera ir al trabajo, al parque, al metro, al super y ser otra más... Ángela no reclama su derecho a la diferencia, Ángela reclama su derecho a la Indiferencia, su derecho a Ser, su derecho a Estar.
.....................
(Ángela existe -me ha contado su caso-. Pero Ángela, además, metaforiza a los advenedizos, a los extranjeros "exóticos", a los "inmigrantes" de segunda, a aquellos que venimos de los países del sur: maltratados, explotados, vulnerados, saqueados... Ángela mujer negra africana... ¡cuatro veces discriminada!)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La tristeza me empapa sin paliativos cuando leí tu historia.Sé que no es única,y eso es lo más terrible.Cuando la falta de empatía se apodera de la gente pierden lo que de humano tenemos.No hay disculpa.
Si, comparto lo que dices. Yo pensaba, como siempre, que la cosa no era tan terrible, que si bien existía aquí cierto tipo de mirada reticente hacia algunos extranjeros no pasaba de allí... pero el caso de Ángela me ha sorprendido y me ha enfurecido. Me siento tocada como "inmigrante" (vocablo que no me gusta utilizar por la manera como se ha manoseado para que de entrada rezume desprecio), como mujer, como ser humano...
Gracias por leerme, amiga. Un abrazo fortísimo,
Marthacé

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