Selva adentro*

Martha Cecilia Cedeño Pérez
Antropóloga

El  departamento del Caquetá es un espacio poblado por gente de aquí y de allá que se vio en la necesidad de irrumpir en una zona inhóspita, plagada de ríos y de animales magníficos pero alejada de la mano de Dios. Ese proceso colonizador empezó, según algunos estudios, en la década de los años treinta justo cuando tiene lugar la guerra contra el Perú y se comienza la explotación del caucho que se constituyó en una importante fuente de riqueza pero también un mal terrible para las numerosas tribus que habitaban estas comarcas.

Pero es a comienzos de la década de los 60 cuando se desarrolla un fuerte proceso inmigratorio debido a las condiciones de precariedad y desesperanza en las que se encontraron miles de familias colombianas, producto de las circunstancias de violencia que asolaron al país a partir de la muerte de Gaitán en 1948. Y sobre todo, a las políticas estatales implantadas a partir de la Ley 135 de 1961, por la que se creó el Comité Nacional Agrario para, entre otras cosas, proveer de tierras a campesinos carentes de ellas, adecuar dichas tierras a la producción y dotarlas de servicios sociales básicos (Pulecio Franco, 2006). Desde esa perspectiva se creó el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (INCORA), impulsor de esas políticas de colonización, selva a dentro.

Y entre las cientos de familias desplazadas hacia esa manigua húmeda y poblada de mosquitos hambrientos, iba la de mi abuelo Miguel Ángel Cedeño. Él, junto a su mujer y sus hijos, partió en busca de esas nuevas tierras con la esperanza de hacer claros en la manigua para asegurar el futuro de su prole. Fueron años de intenso trabajo bajo condiciones infrahumanas, desbrozando montaña, aguantando estoicamente los embates de una naturaleza bravía y haciendo frente a la miseria, a la enfermedad y a la desesperanza que se sentaba junto a él todas las tardes en el corredor de la casa de su finca de Maguaré. El abuelo y mi padre como tantos otros hombres y mujeres saben de esfuerzo, de impotencias, de desesperanzas y soledad, porque la selva si acaso les deparó un trozo de tierra que más tarde, gracias al influjo de nuevas violencias tuvieron que vender al mejor postor o abandonar a su suerte o verlas decaer desde el horizonte de la pobreza. Y en muchos casos, esos hijos e hijas consumieron su juventud en trabajos agotadores sin poder acceder a la educación y por ello mismo sin otras perspectivas vitales que la de repetir la historia de precariedades de sus padres.

Sin embargo, gracias a esos colonos y colonas se erigió un departamento fuerte que planta cara a la adversidad, al abandono, a las vicisitudes. Por ello es hora de recuperar la memoria de estos hombres y mujeres que han hecho del Caquetá una tierra próspera. Su memoria no debe quedar selva adentro.

*Columna semanal publicada el domingo 27 de noviembre en el periódico El Líder, Caquetá, Colombia.
Foto:  Curillo, Caquetá. Tomada de la página http://www.skyscrapercity.com/

Comentarios

Unknown ha dicho que…
AMIGA: BUENA NOTA SOBRE MI TERRUÑO. ESPERO QUE ESTA SEA UNA DE LAS TANTAS HISTORIAS QUE ESCRIBAS SOBRE EL CAQUETA. UN ABRAZO
Seguro que escribiré más sobre esa tierra hermosa que quiero volver a ver. Gracias por pasarte por aquí y leer mis palabras.
Un abrazo enorme,
Martha

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