La Finitud
Ella
Cuando la mirábamos con su pelo indomable pensábamos que era eterna. Todas, rubias o no, quisimos ser como ella. Y la tele nos la traía año tras año en la misma serie que comenzamos a ver a comienzos de la década de los 80. Estábamos en la época de la metamorfosis. Aquella edad en la que ya no eres una niña pero tampoco eres una chica y en la que además hueles a pescado. Sin embargo, allí estaba ella con sus dientes de mármol y su sonrisa infinita. Así la vimos siempre aunque el tiempo pasara y nos convirtiésemos en adolescentes y comprendiéramos que la realidad no venía enlatada. Y luego fuimos adultas y aquel mundo primoroso de las series “made in USA” sólo fue un recuerdo de nuestros años pequeños. Y ella se perdió en el horizonte hasta que la vimos de nuevo, con el tiempo ensañado en su cabello y en su boca. Y comprendimos que ella también era finita, finita, y que más allá de la belleza siempre está la muerte.
Él
Ad portas de la adultez acariciamos la libertad. Fuimos modeladas por los textos que leímos en la Universidad y conocimos la poesía y el vino; conocimos a Serrat y la Revolución Cubana; a Nirvana y Cortázar; vibramos con las últimas lunas de mayo y nos sorprendimos con Nueve semanas y media (la vimos tres veces con tres chicos distintos), y conocimos la disco y allí bailamos con él. Entonces era negro, después se convirtiría en un personaje oscuro. Y tenía unos pies tan ligeros que parecían flotar. Hacía figuras con ellos y sus piernas y su pelvis. Y en las pistas de baile todas intentábamos, en vano, seguir sus movimientos. Era el Rey. Entonces quiso ser otro e hizo posible una metamorfosis inversa. Y se convirtió en una mueca de si mismo. Fue un cuerpo oxidado. Un cuerpo finito, finito. Más allá de la muerte está la música, la palabra.
Cuando la mirábamos con su pelo indomable pensábamos que era eterna. Todas, rubias o no, quisimos ser como ella. Y la tele nos la traía año tras año en la misma serie que comenzamos a ver a comienzos de la década de los 80. Estábamos en la época de la metamorfosis. Aquella edad en la que ya no eres una niña pero tampoco eres una chica y en la que además hueles a pescado. Sin embargo, allí estaba ella con sus dientes de mármol y su sonrisa infinita. Así la vimos siempre aunque el tiempo pasara y nos convirtiésemos en adolescentes y comprendiéramos que la realidad no venía enlatada. Y luego fuimos adultas y aquel mundo primoroso de las series “made in USA” sólo fue un recuerdo de nuestros años pequeños. Y ella se perdió en el horizonte hasta que la vimos de nuevo, con el tiempo ensañado en su cabello y en su boca. Y comprendimos que ella también era finita, finita, y que más allá de la belleza siempre está la muerte.
Él
Ad portas de la adultez acariciamos la libertad. Fuimos modeladas por los textos que leímos en la Universidad y conocimos la poesía y el vino; conocimos a Serrat y la Revolución Cubana; a Nirvana y Cortázar; vibramos con las últimas lunas de mayo y nos sorprendimos con Nueve semanas y media (la vimos tres veces con tres chicos distintos), y conocimos la disco y allí bailamos con él. Entonces era negro, después se convirtiría en un personaje oscuro. Y tenía unos pies tan ligeros que parecían flotar. Hacía figuras con ellos y sus piernas y su pelvis. Y en las pistas de baile todas intentábamos, en vano, seguir sus movimientos. Era el Rey. Entonces quiso ser otro e hizo posible una metamorfosis inversa. Y se convirtió en una mueca de si mismo. Fue un cuerpo oxidado. Un cuerpo finito, finito. Más allá de la muerte está la música, la palabra.
(A las cinco de la mañana, al abrir los diarios, supe que ella, Farrah Fawcett y él, Michael Jackson, habían muerto y no sé porqué tuve la sensación de que algo de la primera juventud, también)
Comentarios
En cuanto a la ex Angel de Charlie, como era conocida, se ha ido luchando contra los que muchos ya dábamos por domado.
Gracias por volverme a la tierra, hoy estaba en otro lado.
Isabel