EN TIEMPOS DE FRUSTRACIÓN BIEN VALE UN POEMA DE WHITMAN

Foto: Juan Carlos Ruiz Vásquez

No son buenos tiempos casi para nada. La frustración se dibuja en los rostros de los paseantes, de los que se asoman a las ventanas y hasta de los que se empachan de compras en los grandes centros comerciales sobre todo ahora que estamos ad portas de una de las mayores fiestas consumistas del año. En la calle hay frustración y en las casas también. Todas y todos la padecemos de una u otra manera. Es nuestra compañera. Está siempre al lado recordándonos que la mayoría de los intentos se malogran, que nuestros propósitos casi siempre quedan sin efecto cuando se encuentran con la realidad... Es la misma que nos hace decir a menudo cosas como "tanto esfuerzo ¿para qué?" "¿Ha valido la pena?" "¿Y eso era todo?"

Y nos desencantamos de la política y los políticos, de los presuntos cambios, de la educación como base para la realización profesional, de la religión que enceguese y condena -y sus ministros pervertidos-; del estado de bonanza y bienestar de España y la Comunidad Europea -basta ver los desheredados que rebuscan en los contenedores de basura cerca de casa, y los disturbios de Francia para darse cuenta que en nuestras bellas y ascépticas ciudades es más que evidente la exclusión, la marginación, la segregación espacial y humana, y que hay gente que está pidiendo a gritos ser escuchada.

Pero también nos desencantamos de las amigas y los amigos (que no de la amistad, por fortuna), de las promesas, de las mujeres, de los hombres, de los amantes y las amantes, de las palabras al calor de los besos, de los anuncios de felicidad eterna y de otras cosas que vosotras/os y yo sabemos.

Alguien podría decir que sería bueno educar para la frustración, que se orientara más para la vida que para la supervivencia, más para disfrutar de esas pequeñas cosas haciendo lo que nos gusta, lo que nos llena, que para pretender salir de la miseria endémica; que se nos educara con una suficiente dosis de escepticismo para darnos cuenta, entre otros detalles, que llenarnos de títulos nos asegura tan sólo que se ha perdido el tiempo y llenarnos de cosas, el dinero; y llenarnos de trabajo (ser pluriempleada o empleado), la vida; y ser absolutamente buenos y buenas, el misterio; y ser cobardes, la pasión (¡pobre Heidegger!); y ser contenidos, el hechizo; y ser lineales, la aventura; y ser cómodos, el vértigo...

Que se nos dijera desde niños que el mundo bien puede ser una mierda pero que, sin embargo, quedan algunas cosas por las cuales vale la pena luchar, tal como se presiente en este hermoso poema del libro Hojas de Hierba de Walt Whitman:

2

Las casas y las habitaciones están llenas de fragancia,

los armarios cargados de fragancia,

Yo aspiro la fragancia, la reconozco y me gusta,

El aroma me embriagaría, pero no lo permitiré.

El aire no es un aroma, no huele a nada.

Desde el principio ha sido destinado para mi boca,

estoy enamorado de él.

Iré a la ribera junto al bosque, me quitaré el disfraz

y quedaré desnudo,

Me enloquece el deseo de que el aire toque todo mi cuerpo.

El vaho de mi aliento,

Ecos, ondulaciones, roncos susurros, raíz de

amaranto, hilo de seda, horca y vid.

Mi aspiración y mi espiración, el latido de mi pecho, el

paso de la sangre y del aire por mis pulmones,

El olor de las hojas verdes y de las hojas secas, y de

la ribera y de oscuras rocas marinas, y del heno

del granero,

El áspero sonido de las palabras en mi boca que se

pierden en los remolinos del viento,

Un beso fugaz, un abrazo, los pechos que se buscan,

El juego de luz y de sombra sobre los árboles y el

movimiento de la rama flexible,

El goce de estar solo en la agitación de las calles,

o por los campos o en la ladera de las colinas,

La sensación de la salud, la plenitud del medio día, mi

canto al levantarme de la cama y saludar al sol.

¿Has creído que mil hectáreas son muchas? ¿Has

creído que la tierra es mucha?

¿Te ha costado tanto aprender a leer?

¿Te enorgullece comprender el silencio de los poemas?

Quédate conmigo este día y esta noche y serás dueño

del origen de todos los poemas,

Serás dueño de los bienes de la tierra y del sol (aún

quedan millones de soles),

Ya no recibirás de segunda o de tercera mano las

cosas, ni mirarás por los ojos de los muertos, ni

te alimentarás de los espectros de los libros,

Tampoco mirarás por mis ojos, ni aceptarás lo que te

digo,

Oirás lo que te llega de todos lados y lo tamizarás.

Martha Cecilia Cedeño Pérez

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