RIMBAUD, LA LUCHA Y LAS PALABRAS

Era la literatura y lo que ella implica: el mundo de afuera que casi siempre es peor y por ello más desesperanzador. Así que junto a los textos de Cortázar, a los poemas de Pessoa y Lord Byron, estaban también los padres de la sospecha, y las luchas por la justicia social, la fe plausible de que era posible un futuro mejor pese a la compleja realidad de un país que salía de las caballerizas para caer en el infierno del Palacio de Justicia. Me refiero a la época oscura de represión y guerra sucia que vivió Colombia bajo el mandato de Julio César Turbay Ayala, 1978-1982, y posteriormente de Belisario Betancourt Cuartas, 1982-1986, que resolvió la toma del Palacio de Justicia por parte del movimiento guerrillero M-19 a sangre y fuego (algo similar a lo que haría años después –septiembre de 2004-, Vladimir Putin en la toma de la escuela de Beslán por parte de un grupo checheno). Y luego vendría el pusilánime Virgilio Barco Vargas, 1986-1990, con sus nefastas políticas de “desarrollo” y “paz”, las mismas políticas esgrimidas durante las últimas décadas por todos los presidentes de Colombia, dentro de los cuales está, por supuesto, Álvaro Uribe Vélez y su embrujo autoritario que seguramente va para largo.
Y esa realidad de finales de los 80 y principios de los 90 se evidenciaba en la vida universitaria. Las pintadas en las paredes de los pasillos, los corrillos, las asambleas, las organizaciones estudiantiles y su apoyo a los sindicatos, a la educación pública y también a la lucha como motor de cambio, se manifestaba en las protestas masivas en la calle. Partíamos de la Universidad hasta llegar al centro de la ciudad, y allí frente a la sede del poder regional y local gritábamos: “Mírelos, esos son los que venden la nación”, “Alerta, Alerta que camina la lucha estudiantil por la defensa de la vida”… eran gritos y piedras y saltos de muros para esconderse de las porras y los gases lacrimógenos.
Era sin duda una época convulsa pero también vital. Los estudiantes de entonces no sólo leíamos el Capital, sino que hacíamos revistas, talleres; formábamos grupos pedagógicos, hacíamos teatro y danza e íbamos por los pueblos miserables con nuestro espectáculo. Y también éramos bohemios. La noche era nuestra pese a las desapariciones ordenadas por esa mano oscura de la que tanto se habla. Aún recuerdo a aquel hermoso chico de ojos garzos que una noche cualquiera alguien desapareció; la misma noche en que me fijé en su mirada transparente. Han desaparecido a Tarcisio Medina, me dijeron al día siguiente. Ya no estaba Tarcisio con su risa y su esperanza y su lucha. Pero después y antes de Tarcisio hubo otras “desapariciones”: pareja de estudiantes muertos cuando intentaban volar un tramo del oleoducto; profesor universitario desparecido desde el pasado septiembre; muerto guerrillero, estudiante universitario, mientras su grupo tal intentaba tomar el pueblo tal… Decían los diarios y los noticieros radiales. Eran días (aún son) difíciles para la palabra, la libertad y la justicia. Pero éramos bohemios porque la noche y las calles nos permitían ser libres sin perder la capacidad de soñar. Noches de vino, política, historia, literatura, baile, versos y besos. Noches en que era posible escapar de la muerte y en las que, nunca mejor dicho, éramos los barcos ebrios de Rimbaud.
Martha Cecilia Cedeño Pérez
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Y aquí van algunos poemas de Rimbaud:
Partida
Visto lo suficiente. Hallada la visión en todo el espacio.
Teniendo lo suficiente. Rumores de ciudades. Al anochecer,
y al sol, y siempre.
Conocido lo suficiente. Los decretos de la vida.
¡Oh Rumores y Visiones!
¡Partida hacia la afectación y el sonido nuevos!
Veinte años
Las voces instructivas desterradas… La ingenuidad física amargamente sosegada… Adagio. ¡Ah!, el egoísmo infinito de la adolescencia, el optimismo estudioso: ¡Qué repleto de flores estaba el mundo durante el verano. Las apariencias y las formas agonizando… ¡Un coro, para calmar la ausencia y la impotencia! Un coro de vasos, de melodías nocturnas…En efecto, los nervios están a punto de zozobrar.
El mal
Mientras los escupitajos rojos de la metralla
silban todo el día en el infinito del cielo azul;
mientras escarlatas o verdes, junto al rey burlón
se desploman en masa los batallones bajo el fuego;
Mientras una espantosa locura machaca
y hace de cien millares de hombres una pila humeante
-¡Pobres muertos!-, en el verano, en la hierba, en tu alegría,
¡oh, naturaleza!, tú que hiciste estos hombres
santamente!-,
hay un Dios que se ríe de las telas adamascadas
de los altares, de los inciensos, de los grandes cálices de oro;
un Dios que con el balanceo de las hosannas se duerme
y sólo se despierta cuando algunas madres, recogidas
en su angustia y llorando bajo su vieja toca negra,
le dan una perra gorda liada en su pañuelo.
Foto: Plaza central de la ciudad de Neiva, Colombia.
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