¿QUIÉN TEME A ANA ZULEIKA?

Hace unos días publiqué el cuento "El mundo de Juan Claudio" que ANA ZULEIKA me envió desde un lejano lugar del mundo. http://espaciosyperiferias.blogspot.com/2005/11/un-cuento-de-ana-zuleika.html
Pero, la verdad, no se quién es Ana. Esa mujer que igual me escribe desde el desierto o la montaña, desde el mar o los ríos o desde su afable despacho de sabios donde su palabra apenas es escuchada -lo se porque a veces ella me envía geroglíficos y otra clase de mensajes cifrados para evadir el ojo inquisitorio de quienes se ocupan de revisar cartas, blogs, carteles, notas de prensa, comentarios en los pasillos y murmullos en la calle.
Por esos artilugios se que Ana no para de hacer cosas. Escribe toda clase de artículos, publica libros de poesía y ensayo; visita museos, descampados, iglesias, campos abandonados y plazas donde hay palomas y niños jugango a la rayuela; fotografía reuniones familiares, esquinas con farolas, ríos secos, palacios de gobierno; dicta conferencias para pasar el rato y hasta hace un programa radial; da clases en la facultad de ciencias humanas en una universidad donde prima el dinero -como en todo- y, si le queda tiempo, se tiñe el pelo de rojo y va a bailar con sus amigas y amigos de aventuras, que son muy pocos, por cierto. No es muy fiestera pero me ha dicho que en estas navidades (o fiestas del consumo, como les llama), se dedicará a comer polvorones y a tirar polvorines. La verdad, no entiendo mucho de qué va; pero no le digo nada porque si Ana lo dice por algo será.
En fin. De Ana no se casi nada, sólo que a veces se dedica al nefasto oficio de las palabras. "Pierdes el tiempo, Ana", le digo, pero no sirve de nada. Ella se empeña, a veces inútilmente, en buscar la sílaba precisa cuando medio mundo está buscando la renta fija. O mejor dicho el tiempo rentable ($). Ella es así.
Ah, también se que Ana es soltera. No porque no haya encontrado el hombre de su vida (otra de las mentiras que nos han vendido a través del tiempo) sino porque ningún varón (no por macho) se ha percatado del valor real de esta mujer. Pero a ella poco le importa. "Es mejor estar sola que mal acompañada", me dice. Y tiene toda la razón. Ay, Ana, ya te encontrará alguien que tenga más de dos dedos de frente y que te quiera como eres: una mujer nueva, de nuestro tiempo, de aquellas que levantan la voz mientras hacen el camino a su manera. El otro día hablabamos que somos de la generación más preparada (bueno, Ana y yo somos quasi doctoras), pero a veces, en el sentido práctico, no parece servir de nada; aquel que nos dice que debemos tener un trabajo que nos permita ganar dinero para vivir bien (¿consumo?). Así que Ana -como yo- tal vez morirá en su ley: tejiendo palabras y sin un duro, como Pessoa.
¿Que más podría contar sobre Ana? Podría ser esto:
Un día se levanta temprano para ir a los museos donde no sólo contempla los últimos gritos -o alaridos- del arte contemporáneo, sino, especialmente, las caras grávidas de quienes se ponen al frente de los cuadros expuestos. Ella dice que todos tienen la misma expresión de arrobamiento fingido que los obliga arquear los ojos y las ideas como si quisieran demostrar siempre que, en efecto, entienden algo de lo que allí hay, lo otro es la posición de sapiencia que luego adoptan y que tanto halaga a los que se creen intelectuales.
Después de pasar muchas horas en el Museo Ana se desplaza andando hasta la librería, pregunta por las novedades en ciencia-ficción, antropología e historia. "Lo mismo preguntaste ayer, tía", piensa el dependiente mientras sonríe ¿complacido?. Pasan las horas y Ana busca el camino a casa donde la esperan cuatro gatos que apenas sienten su olor se acercan a la puerta, y cuando ésta se abre, ellos aproximan sus cuerpos mimosos a las piernas de Ana mientras maullan satisfechos. Pero Ana no tiene tiempo para achuchones; así que, después de pasarles la mano por el lomo, deja sus cosas sobre el sofá, va a la cocina y se sirve un vaso de leche fría. Luego va al estudio y enciende el ordenador. Debe terminar un artículo para el periódico donde escribe un columna semanal que la noche anterior había dejado casi terminada. Misdocumentos/columna semanal/el arte y las tendencias globalizadoras. Ana abre el archivo pero no hay nada, salvo una frase "Así es el mundo de Juan Claudio".
Otro día Ana va a la universidad donde hace talleres, seminarios, clases magistrales y todo tipo de oficio con el único objetivo de que sus alumnos logren, por fin, pensar. Pero es en vano. Ella me dice en sus cartas que pese a las estrategias, a los estímulos de toda laya, al torrente de ideas que le surgen para movilizar el intelecto de sus estudiantes, lo único que logra de ellos es una mirada perdida, límbica (por aquello del limbo, que se entienda) y una sonrisa de aprobación generalizada que evade cualquier pregunta o acotación. Ni siquiera el día que se puso una blusa verde esmeralda con un escote desmesurado pudo atraer su atención, evitar que sus miradas quedaran colgadas de la nada. "Al menos que vean mis tetas", pensó. Pero ellos y ellas lo único que vieron fue el reloj para salir volando del aula.
Ana pinta por las noches cuando no espanta a los jabalíes que se meten en el patio de su casa. Ana toma vino tinto. Ana escucha música. Ana ama el mar y la ciudad y las palabras. Ana es un invento. Ana eres tú, yo, aquella que va en el autobús, en el metro, la sombra que pasa, la que esta noche llorará y amará, la que se casó el sábado y no sabe que su ya marido ama a otra, la otra que piensa en lo que pudo ser, la del despacho, la del pan, la de los ojos tristes, la que ama a mujer, la que escribe en las paredes, la de la toga, la que recolecta sueños, la que limpia su fusil o su porra, la que anuncia suertes, la que grita, la que llega a casa por las noches y las mañanas, la que lee un libro mientras se quema el arroz, la que acaricia a sus hijos...
Ana: espero que no te enfades por estos inventos sobre tí. Son simple ficción, un producto de mi imaginación acalaroda.

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