Presintiendo a Lisboa
Aquellas eran noches de impotencias que desaparecían al filo de las horas -Pessoa siempre nos miraba, en silencio, desde el muro-. Era fácil ser feliz entonces y recorrer las calles de vino con sus sombras mágicas y sus discursos y sus movimientos. No era la Lisboa presentida con sus aromas añejos Era otra ciudad anudada a un río silencioso y ligero con nombre de mujer: Magdalena Era una promesa oxidada en los bancos del parque abiertos al soplo de la tarde donde a hurtadillas inventábamos el amor. Aquellas eran noches de canícula y deseo ¡Cómo quisimos entonces que fuera Lisboa con su cintura de mar!