El metro y la locura
Cuando subí al metro y me puse muy cerca de la puerta (no había sitio así que tuve que estar de pié) pude verla. En principio me llamó la atención su collar. Un collar de piel marrón, con unas medialunas elaboradas en algo parecido a la piel de coco, también color marrón, que le llegaba a la altura del pecho. Era realmente bonito el collar. Me detuve en él con disimulo. Ella parecía una mujer “normal”. Mi perspectiva de arriba-abajo me permitía sobre todo ver su cabeza. Llevaba una coleta sujeta con una goma compuesta por figuras de santos o vírgenes y una pulsera a juego. De repente empezó a murmurar algo. Pensaba que hablaba con su vecino de al lado pero no era así. Su voz era recia y cascada. Entonces me fijé en su cara: allí habían zanjas y depresiones profundas, vestigios de una vida trajinada, al límite, pensé (bueno, siempre suelo imaginarme las circunstancias vitales de/los/las demás cuando veo un rostro, una expresión, un gesto de alguien). “Que me dejéis en paz, que no he est