¿Y qué es la Ciudad?
¿Qué ciudad es ésa tras la montaña que se/agrieta, reforma y estalla en el aire violeta…? Pregunta angustiado T.S. Eliot ante el monstruo multiforme que se asoma a sus ojos: una urbe hecha de simultaneidades, de edificaciones y derrumbamientos; un constructo humano cruzado de ambigüedades, de murmullos y gritos, que para la época en que fue escrito el poema que contiene este fragmento –1922- ya había desplegado sus alas para convertir sus trazados en un hervidero acontecimientos inusitados.
Podríamos imaginar lo que pensaría el poeta ahora en los albores del siglo XXI cuando las ciudades se han salido de sus cauces para devenir en megalópolis, en espacios cuyos tentáculos globalizan sus contenidos y perspectivas; ciudades a punto del paroxismo, a punto de sucumbir ante los estallidos que las configuran y al mismo tiempo las acercan a los territorios de lo movedizo, de lo inasible, de lo inabarcable.
Una ciudad concebida e inconcebible al mismo tiempo. Para los griegos es la expresión más perfecta de la organización social donde se realizan las aspiraciones humanas, es decir, el lugar donde es posible la utopía, el desarrollo de todas las dimensiones inherentes a la persona y su vida en sociedad. Esta postura dista de la judeocristiana, por ejemplo, en cuyo seno la ciudad se convierte en fuente de perdición de los valores humanos, en un lugar donde los vicios se reproducen al infinito y por ello deber ser destruida sin remedio: es el síndrome de Sodoma y Gomorra.
El antagonismo de las dos percepciones enunciadas arriba se reflejan también en las contradictorias miradas entorno a la ciudad: lugar de libertades/monstruo acéfalo tiranizador de la vida cotidiana; cuna de la civilidad/lugar de caos e incertidumbre; fuente inagotable de vivencias y recorridos/trazado laberíntico donde se pierde la razón de ser; ciudad global, tentacular, virtual… resultaría agobiante enumerar los contrastes que se podrían establecer con respecto a la ciudad y sus implicaciones. Sin embargo la ciudad está ahí, explayada como un cuerpo impávido cruzado de memorias, de trayectorias y de experiencias; con sus cavilaciones y vibraciones; con sus luces y sus sombras; con su naturaleza abierta e impredecible a la vez.
Qué es ese sonido que surca el aire
murmullo de lamento maternal
quiénes las hordas embozadas que pululan
por llanuras sin fin, tropezando en las grietas,
cercadas sólo por el horizonte
qué ciudad es ésa tras la montaña que se
agrieta, reforma y estalla en el aire violeta
torres que se derrumban
Jerusalén Atenas Alejandría
Viena Londres
irreal.
T.S. Eliot (Tierra Baldía, 1922)
Martha Cecilia Cedeño Pérez. (Foto: Luna con París de fondo, por Juan Carlos Ruiz V.)
Podríamos imaginar lo que pensaría el poeta ahora en los albores del siglo XXI cuando las ciudades se han salido de sus cauces para devenir en megalópolis, en espacios cuyos tentáculos globalizan sus contenidos y perspectivas; ciudades a punto del paroxismo, a punto de sucumbir ante los estallidos que las configuran y al mismo tiempo las acercan a los territorios de lo movedizo, de lo inasible, de lo inabarcable.
Una ciudad concebida e inconcebible al mismo tiempo. Para los griegos es la expresión más perfecta de la organización social donde se realizan las aspiraciones humanas, es decir, el lugar donde es posible la utopía, el desarrollo de todas las dimensiones inherentes a la persona y su vida en sociedad. Esta postura dista de la judeocristiana, por ejemplo, en cuyo seno la ciudad se convierte en fuente de perdición de los valores humanos, en un lugar donde los vicios se reproducen al infinito y por ello deber ser destruida sin remedio: es el síndrome de Sodoma y Gomorra.
El antagonismo de las dos percepciones enunciadas arriba se reflejan también en las contradictorias miradas entorno a la ciudad: lugar de libertades/monstruo acéfalo tiranizador de la vida cotidiana; cuna de la civilidad/lugar de caos e incertidumbre; fuente inagotable de vivencias y recorridos/trazado laberíntico donde se pierde la razón de ser; ciudad global, tentacular, virtual… resultaría agobiante enumerar los contrastes que se podrían establecer con respecto a la ciudad y sus implicaciones. Sin embargo la ciudad está ahí, explayada como un cuerpo impávido cruzado de memorias, de trayectorias y de experiencias; con sus cavilaciones y vibraciones; con sus luces y sus sombras; con su naturaleza abierta e impredecible a la vez.
Qué es ese sonido que surca el aire
murmullo de lamento maternal
quiénes las hordas embozadas que pululan
por llanuras sin fin, tropezando en las grietas,
cercadas sólo por el horizonte
qué ciudad es ésa tras la montaña que se
agrieta, reforma y estalla en el aire violeta
torres que se derrumban
Jerusalén Atenas Alejandría
Viena Londres
irreal.
T.S. Eliot (Tierra Baldía, 1922)
Martha Cecilia Cedeño Pérez. (Foto: Luna con París de fondo, por Juan Carlos Ruiz V.)
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