Una Flâneuse en una esquina del centro de Barcelona


Es lunes. Son las cinco de la tarde. El día se quiebra en cadentes visos dorados que bañan los árboles de la plaza en microscópicos rayos reflejados en sus hojas. La multitud deambula con rapidez. Afana sus pasos en una danza de movimientos y miradas, de gestos y manos, de cadencias concertadas al azar y de cabellos acariciados por el viento de verano.

Aquí la ciudad regurgita, hierve, se agita en sus palpitaciones más profundas. Un grupo de adolescentes se aproxima. Todos son iguales y parecen marcados por una especie de androginia endémica. Cabellos rubios, platinados, azules, negros. Ellas llevan el vientre descubierto y aros en el ombligo, en las orejas, en boca, en las cejas; ellos, ropas oscuras, ajustadas, aros y cadenas en sus muñecas. Atraen y sorprenden. Sus risas claras, sus piernas ondeando al ritmo de la tarde parecen vestidas para la acción. Pasan junto a mí y percibo sus miradas alertas, vivas y sus olores indescriptibles y el humo del cigarro, estela señaladora del camino recorrido.

A mi izquierda una pareja se abraza y se besa como si fuera una despedida o un encuentro. Se atraen, se separan. Miran hacia la plaza. Conversan con los ojos perdidos; no los escucho pero sus gestos sugieren ansiedad. Tal vez esperan a alguien. Ahora observo a un grupo de turistas ¿alemanes? ¿franceses? ¿estadounidenses? No lo sé porque todos lucen iguales en su papel de andantes. Sus rostros tostados y enrojecidos por el sol del mediterráneo; su indumentaria estándar que es la misma aquí, en París, en la Habana, en Miami o en Cartagena de Indias; sus gestos de distensión y relajo parecen estar a tono con el papel que representan. Los otros complementos -cámaras, gafas oscuras, sandalias, bolsos mínimos en la espalda o en la cintura-, contribuyen a fortalecer el argumento de su actuación.

Ahora observo la calle en otras direcciones. Arriba y abajo. De repente me viene la imagen de las hormigas minúsculas que transitan por las casas en rutas misteriosas sin chocarse, sin tocarse, pero haciendo una venia a aquella con la cual se encuentran en algún recodo de su camino imaginario, incomprensible para quienes no sabemos de sus hábitos y argucias. Son muchas. Marchan rápidamente como si quisieran atrapar el tiempo y el espacio. Hormigas con sus fardos y extremidades, con su música que teje los pasos, con sus ronroneos disímiles y sus lenguajes visibles.

Vuelvo los ojos a la izquierda y observo a algunas personas mayores hablando. Dos mujeres se saludan afectuosamente y se acercan a la puerta del gigante para ceder el paso a una pareja distraída. Una señora bastante joven espera impaciente con un niño o niña en el típico cochecito. Mira hacia un lado y otro con un gesto de preocupación y ansiedad mientras fuma un cigarro.

Súbitamente el sobresalto de unas voces me hace voltear la cabeza. Observo entonces a una pareja, hombre y mujer, algo mayores, hablando. Al principio pienso que es eso: conversan; pero luego me doy cuenta que están discutiendo por algo. De repente la señora se marcha con paso rápido, el hombre mueve el cuerpo para ir tras de ella mientras grita “Oye, no te vayas”. Ella desoye su orden y continúa su camino. El hombre queda un momento solo hasta que una chica muy joven se le aproxima, hablan algo y parecen dirigirse hacia el lugar donde me encuentro. Les observo de manera sutil. Descubro entonces que la mujer no se ha ido y que al ver a la chica con su marido –imagino que lo es- se devuelve y los alcanza. Cuando pasan junto a mí escucho que la chica le dice al hombre: “Es tu culpa, llevamos media hora esperándote...”.

Llevo 15 minutos aquí. A veces no sé qué mirar, qué registrar en mi libreta, pese a que he leído sobre la observación flotante, pero la práctica es más difícil. Todo es tan rápido. Cantidad de estímulos agolpados en mis sentidos. En esta calle el movimiento es el rey del espacio, el cambio, la acción, la alucinación. Me siento un poco torpe y tropiezo con unos chicos. “Lo siento” me dicen, mientras los observo aceptando sus disculpas. Me ubico mejor para protegerme de los choques e intentar captar otras cadencias, otros flashes de una vida urbana colmada de apariencias, de gestos, de expresiones…

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